Mi querida Big-Bang:

Te aviso de que tres horas de sueño no dan para grandes loopings argumentales. Pero si no eres brillante, al menos te queda el recurso de ser tramposa, por la misma regla de tres que la extravagancia suple a la elegancia. Verás, en el fondo me he pasado la vida sustituyendo una cosa por otra, en un ejercicio más propio de un trilero chungo que de una hija de familia numerosa tradicional (sin perro). Pero a la fuerza ahorcan, y eso lo aprendí de niña, con el sudor de mi frente.

Tú ibas al cajón de la ropa interior que compartías con tu hermana mayor dispuesta a ponerte el look definitivo y ella se te había adelantado por décimas de segundo. Así que no te quedaba otra que apañártelas con “la picora”. O sea, esa camiseta con puntillas que te provocaba una urticaria del carajo y que -¡horreur!- tenía las bragas a conjunto. Lo más parecido a un cinturón de castidad diseñado por una hermandad de pulgas.

¿Que se acababa el pegamento? Se hacía engrudo. una pasta densa a base de harina, como la de los calamares de la Plaza Mayor, y a correr. ¿Que te quedabas sin viaje a Canarias por catear las matemáticas? Pues a pulverizar todos los récords de bicicleta por aquella urbanización con cuestas modelo Tourmalet y de postre largas siestas al sol como una Gunilla de secano, mientras por teléfono los desaprensivos de tus hermanos te relataban las excelencias del buffet libre del hotel Maritím. Un nombre que odié con saña y convertí más tarde en coletilla tiñosa con mis Chukis: “Como no recojáis los Bakoogans me voy sola a hacerme un Maritím”. Mano de santo.

Con el paso de los años vi que los listos eran el plan B de la inteligencia. Un engrudo social sobrado de talento y eficiencia. Y que si no habías nacido rubia por circunstancias crueles del destino genético, siempre te quedaría el tinte exprés. Comprendí que el “Súper Pop” a los 16 era la lógica alternativa a El Quijote, y que siendo tan estrecha las ligeras de la pandilla te levantarían el novio-10 a poco tardar. Así que mejor juntarte con el amigo 8,5. Sin tensión sexual, sí, pero con una disposición a bailar contigo los hits de Camilo Sexto y Rafaella Carrá que para qué.

¿Que por qué si me adapto tan bien al real life de los segundos platos estoy tirada en tu diván? Pues porque esto se acabó. Quiero un plan A en mi vida. Hacerme un Maritím, para entendernos. Con un menú gourmet largo y estrecho, un billete en primera al paraíso y un palco de ópera con el amor de mi vida a estribor. Y la camisetas que pican, para los guiris que se zampan harina sin calamar en bocadillo.