-¿Cuántas cosas me puedes hacer con este dinero?

La frase pertenece a una mujer de mediana edad que entra a un centro de belleza de esos que se anuncian en la radio y acumulan demandas en los juzgados. Pero también podría pertenecer a un hombre que va de putas. El dinero marca el límite de nuestros deseos. La urgencia, el alcance de nuestro apremio.

A la mujer le gustaría -dice, con sus palabras- un cambio radical, un abracadabra que eliminara de su rostro el peso del insomnio y las arrugas. La devastación, en suma. El hombre sueña con un pasaporte al paraíso con todos los extras del orgasmo, a saber: ¿caricias, comprensión, dominación, identidad, éxtasis?

Es posible que esa mujer ahorre todos los meses unos euros para enfrentarse al espejo como Blancanieves y no como su madrastra. Que llegue al centro barajando posibilidades. Peeling, limpieza de cutis, liposucción, bótox o hialurónico. Ella paga, ella manda. Lo que dé de sí su botín. La enfermera la mira perpleja porque ella ha cogido el impreso del mostrador con la lista de precios y anda haciendo cábalas. 

-Cuántas cosas me pueden hacer con mi dinero.

A la puta no sé si le incomoda la pregunta. Está acostumbrada a cantar los precios por servicio. Eso, entiendo, exceptúa a las caras. El alto standing no habla de dinero. Otros lo hacen por ellas. Pero el tipo ha vaciado sus bolsillos sobre el mostrador y quiere saber si le da para masaje con final feliz -lo que se viene llamando un completo- un rapidillo o un polvo con prolegómenos y cigarrillo postcoital. La puta, en este caso, no es de las caras, así que entra en la negociación y le hace un pack de tarifa irresistible. Algo así como el viaje a Marte de Arnold Schwarzenegger en “Desafío Total”. 

La mujer quiere ser Sharon Stone. Y ahora insiste a la enfermera con la foto de la actriz en un anuncio de Dior: “si ella puede, yo puedo”. Pero la tersura de Sharon, está a punto de decirle la otra, es tan falsa como la esposa que interpreta en la película de Arnold Californicator. Y debe usted pensar en que desde que existe el photoshop nada es lo que parece. Marte no es más que la promesa de viaje de un puñado de excéntricos millonarios.

A la mujer “le importa una mierda”, exclama, que Sharon en realidad no siga siendo una diosa. “Yo quiero ser Sharon como está aquí, pero en morena”.  Yo pago para que me dé placer, no me cuente que esto no es amor verdadero.

Al hombre tampoco le interesa el amor. Pero deja que ella finja que le quiere un poquito como parte del ritual.

El dinero te lleva a Marte. Y  a Júpiter. Y a Saturno.