Ayer viví la expectación del nuevo Gobierno como no recordaba en muchos cambios de gabinete. Intercambié wasaps con amigos bromas del tipo: ¿ya te han nombrado ministra de Defensa? (amigo que me encuentra muy mandona) o “Cuidado, Fdez Díaz anda suelto y se ha llevado el arsenal del ministerio del Interior“. Me hizo gracia que el nuevo titular de ese nuevo ministerio que incluye la agenda digital sea un ex alumno del Menesiano, el cole de mi barrio al que no fui porque siempre me pareció arrogante y clasista, muy dado a machacar a los niños que no se ajustaran al perfil ideal (y me consta que el señor Nadal, así se llama, ya era brillante como alumno).

Pensé en la importancia de hacer equipo. Un grupo engrasado que funcione donde los miembros deben ser diferentes o se cae en el riesgo de componer una jauría. Debe haber sin duda cabezas de alto rendimiento que miren más allá en las ramas del bosque. Gente que empuje sin cansarse en cada esfuerzo. Algún soñador que se permita ambicionar lo imposible incluso sin contar con estrategias para llegar a alcanzarlo. Una cabeza matemática, ordenada, sistematizadora. Algún militar, qué le vamos a hacer, que sepa transmitir las órdenes de manera concisa y clara. Hormigas que en silencio y sin ruidos ni grandes titulares vayan moviendo el grano, a poquitos. Seres perseverantes y también creativos entusiastas que den la primera zancada y canten y bailen para arrancar la máquina, aunque luego entreguen el relevo a las hormigas.

Optimistas. Sobre todo optimistas. Y neutralizadores del ruido que consiguen los incendiarios. Esos seres que a menudo se cuelan en los grupos con el bidón de gasolina y a la mínima prenden mechas y muestran su poder destructor como si fuera un talento en lugar de una exhibición triste de mediocridad y complejos. Y tocan una tecla en los demás que los altera. Y levantan un polvo denso como el del desierto. Y provocan toses que se elevan en un estruendo insoportable.

Un equipo, un equipazo. Voces que propongan sin miedo al ridículo. Voces que dispongan sin dejar a nadie en evidencia. Cinturas flexibles, piernas musculadas, espaldas capacez de resistir el peso de una rutina que a ratos sobresalta y nos muestra tarjeta roja.

Buena gente, imperfectas buenas personas con cerebros deluxe. Esto suena muy naif, pero he comprobado que la suma de inteligencia y bondad es un valor seguro en un equipo. Un tóxico con alto cociente intelectual es una bomba que extiende sus toxinas por cada rincón y no hay servicio de desinsectación que lo combata.

Trabajadores. No puedo con los vagos (esa tara de infancia).Tampoco puedo con los alacontristas, esos seres que no aportan nada pero son hábiles en el arte de oponerse a lo que sugieren los demás. Ni con los que persiguen una ambición personal, y no la del equipo.

A veces fantaseo con un dream-team para emprender lo imposible con ese grupo de mujeres líderes que ya son mis amigas, y acumulo  nombres en una libreta que no escribo.

Hacer equipo, Presidente Rajoy, es quizás lo más difícil de todos los mandatos profesionales. Los tuyos son la base, tus brazos y tus piernas, y a veces una bomba que respira tic-tacs en la bodega capaz de desatar una guerra mundial en la oficina.