La soledad es saber que cuando llegues a un sitio nadie te estará esperando.

La libertad es esa ligereza que otorga que nadie te espere, te apremie, limite tu tiempo y sus contornos.

Ergo: ¿los solitarios son más libres? ¿Los libres son más propensos a la enfermedad de la soledad?

Escribo en pijama, en mi cuarto día de libertad condicional. O sea, sin presencias menores que me obliguen a estar a unas horas, cocinar a otras, arrastrarlas a un museo, programar una película o comprobar que han hecho sus deberes de Semana Santa.

Soy sola y me produce un placer extremo comprobar que puedo apuntarme a cualquier plan, coger mi bicicleta, llamar a un amigo, sacar restos del congelador o atacar un libro pendiente, no sin antes leer el blog de mi querido P. cercadelacerca., donde finge que escribe sobre teatro en Madrid pero de paso te pega un soberbio baño de lucidez revestido de literatura, como hoy.

Puedo también colgar un par de dibujos en la pared que yo misma he pintado en mi enmimismación, salir a correr, enamorarme. Aplicar una mascarilla que tersará mi piel y ahuyentará a cualquier vecino de patio que se asome a la ventana. Idear una teoría bien fundamentada sobre por qué la crisis está provocando intolerancia además de deshaucios y noticias sobre Chipre, ese país desconocido que podría defenderse durante apenas ocho horas en caso de ataque (dato que un día me contaron y nunca olvidé, como ese otro que asegura que una cucaracha podría alimentarse un mes con el pegamento de un sello de correos).

Lope de Vega

La libertad es asumir el desencanto de que el otro sienta diferente. Me parece que la salida mas digna al desacuerdo es el humor. Puede que la ironía, nunca el sarcasmo. Los solitarios vocacionales nos hemos vuelto muy sensibles a los destrozos. A la violencia explícita o sibilina de aquellos que matan por una idea incuestionable que no siempre resulta consistente.

No defiendo la tibieza, en absoluto. Aunque esté en pijama y mi pelo recién teñido se dispare a babor y estribor. Defiendo la flexibilidad y la tolerancia porque el aire me huele a dictadura, a desfile marcial, a manipulación goebbeliana.

Leí el otro día en alguna parte que los periodistas deberían/deberíamos  ser menos impulsivos. Pensé que no sólo los periodistas. Somos una herida y estamos tan abiertos que nadie debería tener derecho a echar sosa caústica encima. Provocar reacciones furibundas es fácil. Bastan una proclama y un jardín de insatisfechos. Provocar reflexiones es mucho más difícil.

Puede que basten cuatro días de soledad/libertad y un pijama limpio de algodón. Además de un chubasquero para que las arengas envenenadas no te mojen los huesos.

P.D. Ayer visité con mis hermanos la Casa de Lope de Vega, en la calle Cervantes de Madrid. La guía nos dio un recital de impostura para tontos que provocaba vergüenza ajena. Mi sobrino, de ocho años, osó hacer preguntas a las que ella indefectiblemente respondía: “Ahora no toca esa explicación”. Claramente desajustada en su medicación, impedía al pequeño grupo colocarse a su libre albedrío  por las estancias. Su incompetencia la tapaba con órdenes e hipercontrol. Era tonta, muy tonta, pero consiguió ser obedecida y no ofrecer ni un dato más allá del discurso preparado, no apto para cocientes intelectuales medios. 
P.D. Las personas más inteligentes que conozco no pisan los jardines. Los riegan y observan cómo crecen las hierbas al sol.