Leo que la cuarta y ultima versión de “El Grito” de Munch se ha vendido por 91 millones de euros, cifra récord. No me extraña. El aire de los tiempos impone gritar. Desgañitarse. O que lo hagan otros, los artistas.

Cuando el arte se pregunta quién es o cuál es su lugar en el mundo, no conecta con la mayoría. Cuando se pregunta qué está pasando en el mundo, suele removernos. Hasta el último analfabeto sabría interpretar lo que expresa Munch en su grito. La desesperación histérica. El atropello. La resistencia decibélica. Tiempos modernos.

Hans Haacke

Ayer con Minichuki fuimos al Reina Sofía a ver la obra de dos artistas: James Coleman y Hans Haacke (Castillos en el aire). A la enana el plan, a priori, no le parecía muy conveniente. Los museos “son por la mañana” y van seguidos de aperitivo+refresco. En eso mis chukis con cuadriculadas.

Pero ayer era por la tarde. Hubo que arrastrarla con su mirada de censora porculera. Y entró al museo odiando al género adulto como sólo ella sabe. Entonces empezó a ver lo que ella llama “inventos” de Haacke. O sea, instalaciones. Reflexiones a partir de objetos que, en muchos casos, se movían. Un teletipo escupiendo papel, un camino de seda en oleaje gracias a un ventilador y, milagro, una montaña de tierra con césped que ella preguntó a la vigilante si era “de verdad”.


-Sí, bonita, vienen a regarlo cada mañana y, como en esta sala hay luz, ha ido creciendo. Mira, han salido champiñones.

Harvey Keitel by Coleman

Minichuki  cambió el gesto. Se lo estaba pasando bien. No necesitaba entender lo que el artista quería expresar, la reflexión sobre el arte y el comportamiento social, arte y naturaleza viva o muerta. Pero sabía que era algo transformador,  en movimiento. Luego, en las proyecciones de Coleman, se quedó pasmada mientras una voz infantil daba relieve a fotografías bellas y desazonantes. Con el monólogo de Harvey Keitel, ese hombre de rostro talado con hacha al que siempre imagino Smoking o Blue in the face, pusimos fin a la tarde cultural. Pero para entonces la enana era feliz.


Lo mejor del arte es su capacidad de transformarnos. Minichuki ya lo sabe. El comprador de “El grito” se ha dejado una fortuna pero ya tiene lo que necesitaba para removerse. Otros gritan sin contraprestación. El aire de los tiempos.


Pd. Vuelve la cursiva, ahora con negrita incorporada. El teclado me quiere devorar!

(Sí, repito canción)