Mi querida Big-Bang;

Llevo tres días desenchufada de la terapia y sometida a la tortura de ver películas sin parar, como el protagonista pendenciero de La Naranja Mecánica. No, nadie me ha colocado palillos en los párpados, pero sí en decenas de pintxos de foie con variaciones -compota de manzana, cebolla caramelizada…- convenientemente regados de zuritos. Es lo que tiene ser una estrella de incógnito y pasearse ostentosamente por la playa de La Concha con grandes expectativas y escasez de espíritu de sacrificio.

Entre los efectos colaterales de la presión es que una no recuerda si la peli coreana era la de Pancho Villa o la de los tipejillos adolescentes que se daban de gallas al son del lánguido temazo “Check to Check” (¿O el título era “Heaven”?) Tanto frenesí me tiene loca, y eso que Julia Roberts llega hoy y me perderé mis cinco minuros de glamourazo a la puerta del hotel Maria Cristina. Una tradición que cumplo religiosamente, porque la otra Meca está muy lejos y llena de tipejillos sudaos, mientras que las starlets del festival donostiarra salen recién duchadas y regalan sonrisas de blanquemiento dental mientras sueñan con que el trago termine rapidillo y esas adolescentes gritonas (más la señora de las mechas que las quita de enmedio a manotazos, o sea, yo), se piren pronto a sus casas y puedan meterse el chuletón rojo que en Hollywood les está vetado.

Dirás que cuándo se forjó esa mitomanía. Pensarás que de ahí me viene el coqueteo con ciertas derivaciones del fetichismo y con el cine clásico del sábado noche. La verdad es que he sido tan narcisista que mis mitos son pocos y endebles. Es decir, que lo mismo puedo corear a la Roberts por su papel de prostituta Cenicienta que a la Moore por aquel papelón modelando barro con cara de lánguida que la erigió a los altares del cine. Mi amiga B. está indignada: ¿cómo pueden darle un premio a la Roberts, por diossssssss? Sí, chitina, te comprendo, pero desde que la vi en unas fotos en bikini este verano,con sus famosos muslos sospechosamente envueltos en celulitis, me cae un poco mejor. No como la otra, esa zorrita por quitarle años que rejuvenece sin mácula y se chulea de marido macizo (y vacío de contenidos, me temo. Pero es pura envidia tiñosa)

Te dejo, que es lunes y debo prepararme para lo peor. Un aterrizaje forsoso en la cruda realidad de mi despacho desangelado y sin banda sonora original. Mándame unas cajas de tu mejor gin que esta noche toca fiesta y aún no me he repuesto de los excesos. Y a mis fans dales la dirección del hotel de Julia, que las ojeras me cuelgan hasta los zapatos y esto no hay tratamiento milagrosos que lo regenere.