Mi querida Big-Bang:

La familia que hace una barbacoa unida, permanece unida. Es lo que tiene la fritanga choricera, además de colesterol XXL y una pesturrina delatora que recorre la urbanización urbi et orbi. Es más, si el Papa Ratzinger fuera listo, en vez de asomarse al balcón y mover las manos despacito como un Play Mobil encendería las chascuas y pondría bien de panceta. Se le iba a llenar la plaza de San Pedro en un santiamén de estómagos agradecidos. Mucho más fieles que las almas, dónde va a parar.

Ayer mis hermanos y yo misma reunimos a nuestras hordas y la emprendimos con el fuego. Yo, que soy tan fina, para estos menesteres me visto de incógnito y les digo a todos que me llamen por mi pseudónimo. Perder la reputación es mucho peor que perder el trozo de pollo que acabas de trinchar entre el carbón con mucho esfuerzo. Lo bueno de la barbacoa es que para cuando está lista se te ha pasado el hambre a base de picar pan y beber cerveza. O sea, que adelgaza mogollón.

Mientras mis hermanos se las veían con los pinchos morunos, los vecinos de al lado podaban con mimo sus plantas de marihuana y nos miraban fatal por lo del chorizo. Debe ser que a la maría le sienta mal el pestucio, o los gritos penetrantes de 12 menores de edad con los jugos gástricos disparados porque a las tres de la tarde no han tenido nada que llevarse a la boca. Otro de los efectos colaterales de la barbacoa.

Debo decir en este punto que mis hermanos son, sin duda, mis héroes de real life. En las situaciones más críticas se crecen y sacan toda su bravura de esas calvas brillantes que les ha dado el maligno en forma de herencia hormonal. La cosa es que cuando a media tarde los niños andaban adormilados por el bajón de glucosa consecuencia lógica de la inanición y nosotros andábamos borrachos, consecuencia lógica de no haber parado de beber ni de inhalar los vapores de maría que llegaban de la casa del vecino, el fuego se hizo incendio en el jardín y los tres reaccionaron al unísono tirándose a la piscina al grito de “marica el último”. El resto de la familia los seguimos, empujados por el hedor a carne poco magra calcinada.

Hoy, repuesta del shock, reflexiono acerca de Ratzinger y el fuego eterno. ¿Pensará en la panceta cuando amenaza a su clientela con el infierno? Al menos podría edulcorar la visión apocalíptica diciendo que Satán organiza unas barbacoas que no se las salta un gitano pecador. Y puede añadir que más de una familia numerosa ha decidido optar por el mal con grasas saturadas que vivir en la incertidumbre de un cielo light que no ofrece más pistas que el anuncio ése del queso Philadelphia con angelotes inconsistentes y etéreos. ¡Hay que ver qué mal se lo montan los del marketing divino, oye!