MIGUEL DELIBES

En 1975, durante su discurso de ingreso en la Academia, un Miguel Delibes emocionado se refirió a la muerte de Ángeles -su esposa, su compañera, la madre de sus hijos- acontecida un año antes, con estas palabras: “Ha muerto la mejor mitad de mí mismo”. De aquella “Señora de rojo sobre fondo gris” que le guardaba las espaldas desde un óleo situado tras su mesa de escritor diría Julián Marías: “Con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de la vida”.

Es un domingo despejado de un cielo azul fosforescente y gélido en este Madrid confinado de desesperanza y mi amiga F. me ha invitado a ver juntas la exposición de Miguel Delibes en la Biblioteca Nacional que celebra el centenario del nacimiento del escritor. “Se me saltan las lágrimas leyendo esto”, me confiesa. La mejor parte de un ser tan excepcional debe ser un prodigio. Uno de esos fenómenos insólitos que estallan en el firmamento una noche de junio entre un millón. Un fósforo de la niña del cuento de Navidad. Una rareza frutal, generosa y eterna.

La muestra, imprescindible, te sumerge en todos los hombres de ese Hombre. Delibes pulcro en su caligrafía, minucioso en el recuento de las truchas pescadas cada temporada. Delibes atento a los desmanes de la censura y molesto. Delibes epistolar, abierto en canal a sus amigos, a su editor, a sus nietos en notas desenfadadas y entrañables. Delibes formal como el profesor de Derecho mercantil que también fue. Delibes irónico en sus caricaturas de “El Norte de Castilla”. Delibes caminante y ecologista cuando en España no se conocía ni el significado del término. Delibes respetuoso y tolerante. Delibes cautivado por las palabras, la precisión y la justeza. Delibes comprometido con la tierra y su nobleza. Delibes compasivo ante la expresión de la miseria. Nunca dogmático ni condescendiente. Delibes cinéfilo, Delibes rodeado de muchos hijos y muchos nietos. Delibes melancólico y taciturno. Viudo sin cura, me parece. Arrastrando fecundo su amor y el hueco pesado de esa soledad grávida hasta la muerte. Delibes fiel, perseverante, adusto y amante sin un gramo de azúcar. Delibes brut nature, se me parece.

“He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todo con lo que me he sentido bien. He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza…Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo”.

Botín post expo

Hay domingos que te zurcen desgarros y alivian rasguños cotidianos. Que aligeran la pesadumbre y barren por unas horas las telarañas. Y son una moviola de ayer, cuando leíste “La sombra del ciprés es alargada” en tu adolescencia y te impresionó y se lo confesaste en su casa de Valladolid, con un punto de vergüenza porque una novela escrita a los 27 años, convengamos, rara vez es la preferida de su autor. “Sí, ¿eh?”, te respondió mirando atento por detrás de esas gafas gruesas de maestro de escuela. Y ahí, sentado en un sillón de esos que asumen la forma del cuerpo y hasta del alma, estaba él, tan Delibes, y con él El Mochuelo y la Régula y Mario y todos esos seres que alfombraron tu infancia de lecturas obligatorias a las que hoy, de pronto, te apetece volver por el placer del reencuentro y el asombro.

(La mejor mitad de uno mismo raras veces es un gran amor, ya me temo. Pero no pasa nada. Qué buena vida la suya, qué plena y qué excepcional y castellana. Qué integridad sencilla y militante sin gestos de elocuencia. Qué ejemplo literario y personal. Qué domingo sin duelo.

PD. Gracias F. Por invitarme y por el libro, preciosa la edición, “Viejas historias de Castilla la Vieja” con fotos de Ramón Masats (Ed La Fábrica). Ya he empezado a viajar por sus páginas, de la mano de Isidoro, ese chico de pueblo…Y estoy en el campo y huele a arcilla.