Mi europeísmo crece y crece a la medida de la ira de Sarkozy.

Europa era un pibón al que todos querían entrar/poseer y se ha convertido en una joven desgreñada de la que alguno ya quiere salir. Yes, you are, David Cameron.

La política son gestos. Mohines, desdenes y puñetazos en la mesa. Si quitas el sonido te sorprenderán las muecas terribles de la señora Merkel, los golpes de melena del rey León francés y el sonrojo de un fantasmal Zapatero, que ayer se despedía del gran teatro de la Unión poniéndose en la última fila para la foto, como un mal estudiante que quiere salir en la orla de fin de curso, pero sin gran convicción.

Y entonces piensas si Europa esa eso. Un club de refinados señores que destilaban modales exquisitos y que el día que vinieron mal dadas se pusieron a eructar en la mesa. Una maquinaria que por fuera relucía y dentro ocultaba herrumbre y termitas. Una estructura frágil como la casa del más vago de los tres cerditos del cuento. Vino el lobo, sopló, y la casa se derrumbó.

Y entonces te preguntas quién ha estado maquinando mientras Europa dormía y entretenía a los suyos con monedas relucientes y tratados incumplidos. Cuánto coche oficial, cuánta sesión parlamentaria y cuánto poderío por los pasillos en nombre de una armonización que ha resultado ser de humo. No, no todos éramos iguales. Ese es discurso de la biblia, no de la política.

O puede que yo esté equivocada, lo cual sería bastante probable dada mi propensión a las ensoñaciones cínicas. Y puede que el señor Cameron sólo esté haciendo un gesto de patriotismo y no una escapada por la puerta de atrás, al grito de sálvese quien pueda.

Nos ha costado mucho cambiar el “yo soy español, español, español…” por el yo soy europeo (excepto en las finales deportivas, pero eso es más ardor guerrero que patriotismo). Y ahora nos avisan de que el paciente está en la UCI y que lo mismo pagamos la factura del hospital en pesetas.

Pagaría la fortuna que no tengo por ver publicada la orla de los culpables. De esos tipos que andan más agazapados que el triste de Zapatero y cuyo mérito está en ser fantasmas y contar en silencio las monedas de oro de la insolidaridad cada mañana, delante de un cruasán, en sus residencias del eterno verano.