Compré un jersey sin probármelo y, naturalmente, al llegar a casa compuse una mueca ante el espejo. Era de suave punto y de un tono beige que ni una cosa ni otra. Escote de pico con remate azul marino. Propio de una mujer descaifeinada y sin recursos que acude a una cita Tuperware y se pone unas perlas falsas que completen el efecto. En el borde inferior, sendos cortes para distraer el tedio. Única concesión a la fantasía que se queda en detalle bobo. Esa tarde, deduje, había pretendido disfrazarme de otra, tal vez una mujer casada con tres hijos en edad escolar y un abono en el Teatro Real que no aprovecha pero le abriga el anhelo “Oh mío bambino caro”.

Quise, ya lo entiendo, calmar a la fiera,  y erré el tiro.

Compré ese fondo de armario de cobarde porque estaba muy rebajado y era viernes, señoría. Había entrado en El Corte Inglés una tarde gélida para hacer tiempo antes del fisio, y la hazaña bien merecía un premio. O puede que sin saberlo quisiera ser una mujer clásica y contenida por un día. De esas que ocultan sus excesos en looks impecables, aburridos y desafectados a cualquier desbordamiento. La raya en su sitio, ni una arruga ni un leve desconcierto.

El look que te pondrías para entrevistar a un banquero, a una estrella del porno o al Papa Francisco.

Ahora tengo que cambiarlo y me da mucha pereza. Hay quien dice “descambiar” y es como un puñetazo en el esternón. (Me da igual si la RAE lo da por bueno. Es verbo de paria lingüístico. Descambiar, digo yo, debería ser lo siguiente a cambiar. Por tanto volver al original. Como dar un giro de 360 grados)

Siete días ha pasado el jersey en el fondo del bolso y siempre se me ocurre algo mejor y más urgente que hacer. Pintarme las uñas, arreglar un grifo, leer a Cavafis o quedarme a mediodía a comer con mis compañeros nacidos entre 1978 y 1984 para debatir cómo es posible que de niños cantaran “Yo me lo hago en el pajar, si me ven que me vean, yo sigo a mi tarea” sin que sus padres se alteraran ni un poquito.  Así que ayer por la tarde, convencida de que ya no me quedaba otra que devolver la prenda a su legítima dueña (la de las perlas y el peinado en su sitio, doquiera que esté), hice un último intento agónico en la oficina:

-A ver, chicas, ¿alguien quiere este jersey tan discreto y aparente? (Sujetándolo con gesto de perdedora)

Se hizo el silencio. Todas -especialmente las nacidas entre 1978 y 1984- miraban la prenda con cara de circunstancias, conteniendo el impulso de sinceridad, presupongo. Hubiera sido mucho mejor que el jersey fuera horrible, estridente, de corte imperio, con estampados de colores o de lycra. Al menos se habría abierto un debate. Al menos Freud hubiera dicho que detrás de la compra había un grito, la desesperación en brote libre por mis poros. Un exceso performántico de la vedette que llevo dentro y amordazo de lunes a jueves.

Pero no. Ese trapo beige con remate azul marino es un striptease de monja de clausura que se escapa del convento no para un encuentro tórrido con un amante, sino para una conferencia en el Ateneo. Y yo no estoy en fase monja aunque me retire a las 22h y despierte a  maitines, aunque me pierdan los claustros de iglesia y los retablos góticos. Aunque haya llevado la máquina de los besos con lengua a una casa de empeños. No.

Así que ayer me dirigía con paso legionario a esos grandes almacenes cuando recibí la llamada de mi amigo el Innombrable (porque él quiere, no por decisión mía) con una oferta que no pude rechazar: “¿Una caña dentro de diez minutos?”. Y entendí que era el destino. Y abandoné el jersey en un rincón para cuando vengan mejor dadas. Y en cuanto pueda iré a cambiarlo, o incluso a descambiarlo por un conjunto de lencería tan desvergonzado y guarrindongo que provocará aullidos en el convento. En todos los conventos al unísono.

Todas tenemos un mal día, pero esos días es mejor no ir de rebajas. Eso he aprendido.

Con la A, lo hago en el pajar
si me ven, que me vean!, yo sigo a mi tarea
Chichi boin boin boin, chichi boin boin boin…

Con la E, lo hago en el taller
si me ven, que me vean!, yo sigo a mi tarea
Chichi boin boin boin, chichi boin boin boin…

Con la I, lo hago en el jardín
si me ven, que me vean!, yo sigo a mi tarea
Chichi boin boin boin, chichi boin boin boin…

Con la O, lo hago en el salón
si me ven, que me vean!, yo sigo a mi tarea
Chichi boin boin boin, chichi boin boin boin…

Con la U, lo hago en el baúl
si me ven, que me vean!, yo sigo a mi tarea
Chichi boin boin boin, chichi boin boin boin…

¿Sabéis lo que yo hacía tan tranquilo en mi granjita?
Ordeñaba a mi vaquita, chichi boin boin boin..