Anoche ayudé a mi adolescente en un ejercicio de su asignatura de lengua que consistía en localizar en un periódico los diferentes géneros periodísticos: (artículo, crónica, columna, reportaje, noticia, editorial…) y confieso que disfruté hasta rozar el sadismo mutilando el periódico con las tijera del pescado, mientras ella me ponía pegas del tipo: “Pero es que la profesora dice que…”, a lo que yo, justa de tiempo y aún más de paciencia, respondía: “Pues dile a tu profesora que este es el único tema del que lo mismo sé un poco más que ella, ¡hala!”.

Tirar por la tangente es el recurso de los audaces, los impacientes y los agotados. Una madre monoparental suele reunir las tres cualidades en una, y si lo es de adolescente además tiene contadas ocasiones de chulearse de algo. Así que confieso que me dejé llevar por la soberbia y el frenesí de “esta me la sé, esta me la sé”, ya que últimamente la vida me ha colocado en un master (del universo) donde me siento absolutamente lerda y mi ego necesitaba con urgencia un chute de seguridina. Un escenario con cortinillas de terciopelo donde dictar doctrina o por lo menos exhibir las plumas de pava real que alguien me ha arrancado tras desenmascarar mi incompetencia.

No saber mucho de nada es una faena. Para empezar, nunca podrás forrarte en un concurso de televisión para eruditos que suspendieron el examen de la vida pero dominan la teoría de juegos, como John Forbes Nash, el tipo del que hablaba la película “Una mente maravillosa”. Un inadaptado social que alcanzaba el orgasmo intelectual entre interminables fórmulas matemáticas. Los mediocres, sin embargo, alcanzamos el mismo orgasmo por el método tradicional y con estímulos caseros. En mi caso encontrando una palabra de siete letras en el Scrabble, cocinando unas lentejas sin carbonizarlas o recordando el nombre de un interlocutor en una velada social para poder presentárselo sin sonrojos a un tercero. Esto último me llena de especial satisfación porque no encuentro una grosería mayor que estar junto a alguien que no te presenta y te condena a poner cara de tonta mientras los segundos pasan al ralentí.

Y respecto a los Nash, después de admirar su genio con la boca pequeña, los mediocres murmuramos un “ya, pero era esquizofrénico” que nos permite digerir nuestra medianía, hasta que un día nuestra adolescente desabrida nos brinda el momentazo soñado. El “esta sí que me la sé”. Y de ahí a coger las tijeras del pescado hay un paso.

Si no has sido Miss Murcia, ni te has tirado a ese dios llamdo David Gandy pese a tenerlo a tiro de talle, ni tuviste jamás claro cuál era la integral y cuál la derivada, ni leíste “En busca del tiempo perdido”ni probaste las drogas para aprobar el examen de malditismo, necesitas desesperadamente encontrar cuatro o cinco cualidades en las que destacar o si no date por muerta. Ayer puse una pica en Flandes y he dormido como dios. Pero toda soberbia vanidosa necesita apuntalar su victoria, así que me dispongo a confeccionar una pequeña lista de especialidades. De todo eso que puedo presumir incluso delante de una adolescente desdeñosa, el jurado más implacable que cabe imaginar. Y prometo compartirlas para inspirar a todas esas madres (y padres) huérfanos de reconocimiento doméstico. Especialmemte si están haciendo un master de sánscrito donde sienten que su cociente intelectual no alcanza las tres cifras.