La vida no sabe qué clase de vida lleva”. Enrique Vila-Matas. Porque ella no lo pidió. Ed Lumen.

1.Me entero tarde de que hoy toca Silvio Rodríguez en Madrid. Hace unos días vi el documental de Lourdes Prieto “Hay un grupo que dice”, donde se glosa el origen de la Nueva Trova. Un grupo de artistas “del régimen” que resultaban molestos al régimen: Silvio Rodríguez o Pablo Milanés, entre otros nombres menos populares en España o directamente desconocidos para mí,  destilan cierta ingenuidad y toda la frescura de la divina juventud con causa.  No se les cae la palabra “revolución” de la boca, pero en ningún momento quedan claro los contornos ni el relleno de la citada revolución según la entienden.  Asumo que hay palabras que pesan y viven mejor en la niebla de las intenciones. Disfruto del documental, me sorprenden cómo se desdibujan los matices de un movimiento cuando cruza un océano antes de que la globalización se haga carne y acampe entre nosotros. Lamento no poder ir hoy a escuchar a Silvio (yo de joven tenía gustos viejunos; de mayor directamente senectos).  Silvio veinteañero tenía pinta de seminarista. Hoy, de académico de la Lengua.

2.Anoche, con mi hija mayor en el sofá: “Yo a tu edad no había votado tantas veces”. La nueva convocatoria de elecciones nos provoca a las dos una mezcla de hartazco e indignación. ¿Y ahora a quién votamos?, nos decimos. Ella, con 19, se encoge de hombros. A esa edad debería masticar revolución con finas hierbas, pero solo quiere que apague la tele para no escuchar los reproches que se hacen Mariano, Pablo, Albert y Pedro. ¡¡¡¡160 millones de euros cuesta repetir esta pantomima!!!!, comentamos. Me acuesto con sarpullido antisistema. Escucho Radio Clásica, mucho más transgresora que las emisoras del fútbol y la política.

3.Kabuki es uno de los templos gastro de Madrid y ayer levité sus vieiras, su pez mantequilla, su toro al tumaca (con k?), con un rosado delicioso que Marqués de Murrieta acaba de lanzar en edición limitada de 5000 botellas (el rosado está de moda, ya lo saben los foodies. Los triperos sólo lo sospechábamos después de contemplar el trasiego de lanzamientos de los últimos meses). La animada conversación a la mesa no me impidió pensar que este lugar debería ser de obligado silencio y recogimiento. Dos mirándose a los ojos y masticando despacio. Los jugos como una melodía y la mente en blanco.

4.El silencio. Últimamente reniego del ruido de las calles de Madrid. “Me estoy volviendo intolerante!, le digo a G. “¿Volviendo?”. me hostiga él. En mi camino a pie hasta el trabajo hay varias zonas decibélicamente diabólicas: calle Azcona, Conde de Peñalver, Velázquez, Serrano y, desde luego, la Castellana. El otro día llamé la atención a una compañera porque gritaba mucho -tiene una de esas voces inmodulables, penetrantes, y no tiene la culpa, pero me golpeaba la cabeza y salté como una vieja insoportable-. “¿Serías tan amable de bajar un poco el tono?”. Hoy me arrepiento y rezaré tres avemarías en plena calle Azcona. No se me ocurre una penitencia peor ni más osada (tal vez atravesar Bravo Murillo en hora punta).

5.En su libro, Vila-Matas cuenta cómo llegó a su vida la artista Sophie Calle y le hizo una propuesta: “Escribe una vida para mí y yo la vivo“.  “Me sentía prisionero de la extraña impresión de que en mi mano tenía yo un martillo fuerte pero no podía usarlo porque su mango ardía”.  La frase bien podría haberla dicho Silvio Rodríguez. En su lugar, aporreó la guitarra y se hizo cantante. Hoy en el periódico pide la voz y la palabra. Y yo lo le escucharé, envuelta en otros ruidos.