Mi querida Big-Bang:

A mí los nazarenos de la Semana Santa me dan pánico. Esos capirotes que te miran con cara de “Hola, soy anónimo Mendoza: tú mataste a mi gato, prepárate a morir”, son la esencia de lo inquietante. A un malo le pones una de esas capuchas y un cirio en la mano y se convierte en un súper hombre por la gracia de dios. Luego les da por matar beatas y tal día hizo un año.

Los encapuchados han dado muchos sustos en la historia. Ahí están los del Ku klux Klan, de lo malo lo peor, o el mago Merlín, que se lo ponía por encima de la frente pero nadie recuerda su cara. Scary movie también se nutrió del embozado, y no habríamos tenido que estudiar el motín de Aranjuez de no ser por la cosa de las capas. Eso sí que eran motines, y no lo de ahora. Tienes cuatro millones y medio de parados y sólo unos miles se tiran a la calle. Tan a lo suyo que ni siquiera se tapan la cara.

Luego está la fantasía de la invisibilidad. Un paso más allá de taparse es desaparecerse. Y ahí me pongo toda loca, porque nada me gustaría más que espiar sin ser vista. Ahora mismo bordo el viejo truco de hacer como que voy leyendo en el autobús cuando en realidad sigo la conversación de los de al lado. Pero si pudiera cubrirme con una de esas capas mágicas, tocaría el cielo con las manos. Un suponer, me enteraría por fin de cómo satán posee a mi vecina la adolescente furibunda, o qué fue de su padre, el hombre misterioso que tendía cada sábado sus cinco pares de calcetines, calzoncillos azul celeste tipo Hommer Simpson, pantalones y camisas. Siempre con gesto cansino, siempre en silencio. Normal, si tu hija está endemoniada y tu mujer lleva bragas marrón clarito y cocina con aceites malolientes.

Bien mirado, tampoco hay tantos misterior por resolver. Somos nosotros mismos pasados por el filtro del disimulo y la apariencia cortés, pero a poco que nos froten con el reverso del capirote nos ponen patas arriba y confesamos hasta quién mató a la petarda de Laura, la muerta de Twin Peaks. Las series de misterio, tipo Expediente X, han ido dando paso a las de vampiros. Mucho más explícitas. Es tiempo de colmillos, no de capas misteriosas. La sangre de cristo, la sangre de Vlad. Empalados y nazarenos que se arrastran con el ruido de las cadenas como banda sonora. Amén.

Me dispongo a encarar la Semana Santa con planes trepidantes: Cine/cenas a tutiplén, bicicleta urbana a ritmo de El Mesías de Haendel, uno de mis hit parade. Sillón ball con homilía televisada y todos los misterios del vía crucis de San Ginés, con chocolate con churros de premio. A mí a espiritual no me gana nadie. Y si se tercia ayunaré el viernes santo como está mandado. Ahora que el domngo pienso resucitar con toda mi artillería pesada y me pondré ciega de placeres. El jardín del Bosco va a parecer un kinder garden, sí señor!