Soy de esas que aún no han leído “En busca del tiempo perdido”, pero sí algunas cartas muy jugosas y reveladoras del joven Proust: “Existen escritores mudos como existen volcanes dormidos, cuyo nombre infernal con resonancias sulfúreas, de fuego y muerte, también hace temblar a los hombres”, le escribe a Felicien Marboeuf, escritor sin obra que le inspiró “A la sombra de las muchachas en flor” (parece que le gustaban las carnes demasiado tersas) entre otras muchas revelaciones por correspondencia que lo acercan peligrosamente al territorio plagio.

El silencio fue la sombra de su obra, asegura sobre Marboeuf  Jean-Yves Jouannais en ese ensayo imprescindible del que ya hablé titulado “I would prefer not” (Acantilado). Una joya que no he desalojado de mi pirámide de libros de cama porque es orgía garantizada en tiempos de secano y porque sería de los diez que me llevaría a una isla desierta si no fuera porque pienso que a mí no se me ha perdido nada en una isla desierta.

T.S Eliot

Me encantan los escritores mudos, esos que se defienden con su talento escrito, la antítesis de esos otros frívolos que piensan que porque les publican ya son autores de éxito y te hablan de “su libro” como de su rimmel de pestañas y sacan sus plumas fatuas a pasear en los conciliábulos literarios para sentirse parte de un lobby al que no aportan más que un contoneo ridículo. Tengo algunos amigos que escriben al viento y suelo estar atenta con mi cazamariposas para impedir que se evaporen las heridas de su genio. Y voto a bríos que los dioses me castigan porque entre los poquísimos libros que recibo por correo en el trabajo la mayoría llevan títulos del tipo “Corre que el amor vuela” o “Adelgazar sin meterte los dedos en la boca” (Me los acabo de inventar, pero por ahí va la cosa). Cuando protesto a voz en grito, E. , que es generosa, me tiende un T.S Eliot“La Tierra Baldía”, fantástica edición bilingüe de Lumen– y yo me calmo como los niños cuando consiguen el bocadillo de Nocilla.

Pero sin duda la vida te compensa y a falta de buena literatura gratis te brinda personajes únicos. Puedo presumir de compartir coche con la única persona que conozco a la que le quedó flauta para septiembre en su tierna infancia.  Me parece excepcional haber sobrevivido a una humillación tan poco común, y ser así de pizpireta. P. además de ese récord envidiable que a sus padres debió convertir aquel verano en un infierno dodecafónico, tiene en su haber la virtud de sonreir al mal tiempo, conducir descalza y de ir medio desnuda con una naturalidad y una alegría descomunales.

El otro día nuestro tema de conversación versó sobre lo suyo con la flauta, dado que C., la tercera pasajera, tiene mellizos en edad de dar por saco con este instrumento humilde y tocapelotesco. Yo lancé la clásica gran pregunta que una se hace maldormida: ¿En qué momento a alguien se le ocurre tocar los platillos? ¿Pasarse cientos de años en el Conservatorio para terminar con tres intervenciones de percusión en una sinfonía? ¿Qué tipo de ambición low profile te lleva a no querer brillar, sino a esperar pacientemente tu turno para pegar un platillazo y volver a tu sitio con la cabeza gacha?

A lo mejor es que igual que hay escritores sin obra, hay músicos sin ego. Volcanes dormidos que han aprendido que un instante de gloria, de estallido con lava incandescente,  bien merece el esfuerzo y la fatiga de horas de ensayo. Por eso me caen tan bien los percusionistas. Por eso me caen tan mal los falsos escritores que tocan sus flautas sin sordina a la hora de la siesta y no sienten respeto y reverencia por eso tan excelso, tan puro y tan explosivo como es la gran literatura. Algo íntimo y contagioso que espera su estallido justo. El golpe de platillo. Y que se haga el silencio y sea Obra.

“Cae la noche de octubre; regreso como siempre” . La Tierra Baldía.