Mi querida Big-Bang:

Llevo toda la noche entrenándome para mi gran cita de hoy. No es con George Clooney, aunque todo se andará, sino con un juez muy serio que me va a hacer preguntas trampa. Una pareja que quiero y que aún cree en el matrimonio necesita probar que no se casa por los papeles de ella, sino por amor verdadero, como el de “La princesa prometida”. Yo, que soy peliculera y romántica, me he preparado a conciencia, no sea que me pregunten por la crema Monticello que usa, como a Depardieu en “Matrimonio de conveniencia”, y la caguemos.

A mí me ponen un test por delante y me pongo toda loca. El último fue el del carné de conducir, y el de la autoescuela utiliza aún mi caso para ilustrar lo que no hay que hacer: “taladrar las casillas-respuesta con las llaves y dejar el papel encharcado de sudor pringoso”. Debo decir en mi descargo que ese día tenía tal ataque de ansiedad que hubiera troquelado los ojos de mi padre si me preguntan aquello de cuántos ejes tiene una hormigonera. Claro que aún no había descubierto el fascinante mundo de las benzodiazepinas.

¿Qué querrá saber el juez? Pues cosas superfáciles del estilo de ¿cómo fue el catering de la puesta de largo de ella? ¿a qué edad perdió su virginidad él? ¿cuántos implantes lleva en la boca? ¿en cuánto tiempo hizo la marathón? ¿es de los que se apresuran a pagar la cuenta o se hace el remolón?… Y yo, que en los interrogatorios me vengo arriba si antes he apurado un carajillo, pienso hacerle al juez ése una performance que lo mismo los casa in situ y nos ahorramos el traje de la boda.

Conste que a mí las bodas me rechiflan. Tengo ese ramalazo Peggy Sue que me hace suspirar por un traje azul celeste de tul sintético y escote palabra de honor para acompañar a los novios al altar. Todo mi escepticismo sobre el amor se eclipsa con una buena homilía sobre la fidelidad eterna, salpimentada de promesas y con banda sonora de órgano o trío coral. En mi caso fue un grupo de joteros y así me ha ido. No se puede terminar bien si te acompañan unos tipos disfrazados de lagarterana que gritan “¡Hala maño!” cuando tú te estás casando.

Así que me dispongo a declarar, blanca y radiante, para cerrar el círculo de mi experiencia traumática. Y si alguien tiene algo que objetar, que hable ahora o calle para siempre.