Querida Big-Bang:

Anoche me dio el repente y me compré un vestido rojo con escote “palabra de honor”. ¿Es una señal?. Pasado el impulso pienso que lo hice porque nunca he llevado ese escote de nombre tan cursi que te obliga a subírtelo en un gesto tan vulgar, casi chabacano. O sea, que compré mi equivalente en vestido, la contradicción en seda y satén. Un golpe de escote palabra de honor es un grito de guerra estilo indio cherokee dos minutos antes de ser derribado por el caballo.

Asumamos que he desenterrado el hacha y que me dispongo a salir a cortar cabezas, pero…¿y el rojo? El rojo es el alarido, directamente. Es ese color que una se compra cuando se siente chulita y sobradilla y el que deja morir en el armario cuando la chulería se desploma en caída libre, como el escote. La última vez que me puse de rojo sentí que todos me miraban, ellos con lascivia contenida -o con misericordia, a saber-, ellas con odio indisimulado. Pero eso lo digo bajo los efectos del vestido, que he colgado esta noche para verlo desde la cama, acunada por la voz de Roberto, el hombre de mi vida y de la de los miles de colgados que escuchamos “Si amanece nos vamos”, en la SER.

¿Insomne yo? Nooo, es que el rojo es un chute de cafeína en vena. Y aunque lo compré en apenas diez minutos para no dar pie al arrepentimiento, la droga hizo su efecto. Subida en el taxi abría de vez en cuando la bolsa para contemplar el cuerpo del delito. “Dame la más pequeña que tengas”, le imploré a la dependienta, que me miró con la cara de “esta es la típica maruja gastona que no quiere que su marido sepa que ha vuelto a recaer”. Cómplice, me tendió una bolsa del tamaño de un kléenex y entre las dos nos las apañamos para meter a presión el pecado escarlata.

Hay colores de filias y fobias. Y colores tibios, como los grises, negros y los beiges que atiborran mi ropero y que son disfraces de mis verdaderas (y aviesas) intenciones. Un suponer, ¿que voy a ver a un tiburón de las finanzas con corbata de Hermés y perfume Farenheit? Tiro de negro cucaracha con un toque de sexy discreto que lo mismo vale para un “soy tan tiburona como tú, nos vemos en el acuarium” que para un “mi marido acaba de fallecer:trátame con conmiseración”. ¿Que él es ella, milita en el PP y no se baja de sus zapatos de salón? Desempolvo el beige, me atuso las mechas y me bajo de mis andamios habituales para entregarme al insulso medio tacón.

Pero hoy la ruleta de mi vida marca el rojo. Rojo sangre, rojo delito. Aviso que me lo voy a poner caiga quien caiga. Aviso que puede tener efectos secundarios, como mis pastillacas. Aviso que la cherokee que hay en mí se ha puesto las plumas en la cabeza y lleva horas al galope y a grito pelado. ¡Avisados estáis, vaqueros!