Mi querida Big-Bang:

Hace una madrugada del carajo, y los tordos llevan rato montando una gresca absurda que sólo escucha el barrendero. La naturaleza es proclive al desperdicio y a mí reciclar me pone enferma. A veces he intentado reciclar sentimientos: confianza por complicidad, amor por roce, dolor por desdén… pero si no valgo ni para llevar las pilas a su correspondiente depósito limpio ¿cómo voy a reconvertir los impulsos, que encima no tienen contenedor señalizado con colores?

No pienso acumular desconfianza en bolsas de basura. Sólo soy Diógenes con los zapatos, ya sabes. Me gusta la gente que confía aunque se pegue de bruces contra las aceras. Me gusta fiarme. aunque a algunos los vigile con el rabillo del ojo. Me fío incluso de ti, que hasta la fecha no me has dado ni medio consejo práctico para luchar contra la desazón que me habita. Ni siquiera contra el insomnio de madrugada. ¿Mato a los pajarracos o le pongo un altar a Hitchcock en la azotea, para celebrar entre graznidos la salida bendita del sol?

Dormir o no dormir, esa es la cuestión. Yo hubiera elegido resolver el tramite en cuatro horas y salir a la calle sin arrastrar estas ojeras. Confiaba en que la química me ayudaría a programar mi agenda nocturna, descabalada desde que mi vecina la poseída por Satán fue expulsada del paraíso de las fajas marrón clarito que es/era su casa. Ahora no escucho alaridos, sino pájaros. Pero me despierto igual. Confiada en que ya son las seis y media. Pero no.

Reciclar, reutilizar, reducir. Esa es la sagrada trinidad del desperdicio. A mí me contaminan los chungos, pero en la teletienda de madrugada no anuncian trituradoras para combatirlos. Sí polvos mágicos para cucarachas, antídotos contra el amor descortés, reductores de ansiedad y descalzadoras. Todo súper práctico. Verás, si reduzco mi presupuesto en trapos podría reutilizar parte de mi ropero como almacén de sentimientos perdidos. Un outlet a las afueras de mi corazón, que ordenaría alfabéticamente cada madrugada insomne.

Voy a darle vueltas a mi rutilante proyecto vital y a diseñar los perfiles de sus contenedores. Tú, si eso, vete elaborando un manual del reciclaje de neuras, que lo mismo lo acabo necesitando. Y los resabiados del mundo dejen ya de emprenderla contra mi candidez. Así soy más feliz, aunque no duerma…