Me envía H. dos brillantes artículos
suyos sobre el amor y el matrimonio para entienda su posición algo
conservadora en un combate de esgrima verbal entre dos que no están muy de acuerdo y se
divierten templando sus florines. Postergo su lectura hasta hoy, bien
de mañana, convencida de que aportará algunos peldaños a la
escalera que sube a mi andamio frágil de teorías sobre el asunto.
H. siempre lo consigue, y de paso me regala un baño de párrafos tan
luminosos que agradezco como el sueño de hoy en esa cama de mi
abuela que aún huele a su sombra
, tantos años después de que se
fuera.

Enseguida, H. me recuerda los deliciosos
espárragos rellenos de txangurro que compartimos la otra noche,
concentrados ambos en extraer como vampiros su exquisito sabor sin
pretensiones vanas de espectáculo, la pura nobleza gastronómica. Un
suspiro de sabores equilibrados que en boca nos dejó patidifusos,
sin adjetivos ni adverbios, como en trance.
Sospecho que los dos nos
hubiéramos arrodillado de no ser un señor y una señora en un
restaurante sin concesiones al bobo cooldesing tan de moda.
(Afuera, mi hermano y mi sobrino
disertan sobre por qué la piscina no se ha llenado esta noche, tal
vez un duende ecologista estranguló la manguera, y la casa familiar
que compartimos como un campamento indio nos recuerda que ya es
oficialmente verano, y que sean bienvenidos la pereza y los paseos
bajo la luna y unas estrellas tan descaradas q
ue ayer parecían de atrezzo).
O puede que nos convenga estar
solos, pero lo cierto es que muy pocos soportan la soledad. Por eso
nos casamos y nos descasamos y nos volvemos a casar: por una lucha
sin fin para evadir la soledad, a través de un matrimonio ideal (si
se pudiera), pero si no, al menos a través de un matrimonio real”.
Entiendo de repente
por qué la soledad no decepciona. Porque siempre es real
. No admite
fantasías una vez que estás en ella y te acoge con sus brazos de
aire y sus labios tan huecos. El matrimonio, por el contrario, es una
vocación de asentamiento de una pasión que fue y querríamos
liofilizar, congelar para siempre. Y ese día pleno es el primero de
un desgaste cierto, irremediable, que sólo resisten los valientes,
tejiendo trabajosos ese tapiz de apego y compromiso, o los muy
cobardes, sometidos, vencidos de antemano.
Tienes razón,
querido H. Todos somos Ulises
. Y muchos deciden, como él, volver a
Penélope. Y es una rendición, ya tú lo sabes. También sabiduría,
desde luego.
“Los matrimonios
felices son tan comunes como los unicornios”
. Sostienes. Yo quise
un unicornio y salí a cazarlo un día. Con una red de seda, rota de
poesía. Volví malherida por las zarzas. La red repleta de nombres de derrota. Y vuelta a mi Penélope resguardándome el
cabecero, cantando una canción de cuna. Duérmete niña.
Me recuerdas en tu
escrito, admirado H., el tratado de Karen Blixen del que me hablaste
un día, hace muchos encuentros, y apunté con esa avidez de siempre:
“El matrimonio moderno”. Mi heroína casada con África de
corazón y con un hombre infiel por conveniencia, irremediablemente
sabia: “Desde cuando el matrimonio se deshizo de su vieja armadura
para vestirse con el magnífico traje del amor, se ha expuesto al
riesgo de que esas mismas armas se empleen en su contra”.Y sin embargo atrapa, poderoso…
(¿Sabes que se
tiene que quitar la sal de la piscina, tía, que si no no me puedo
bañar porque me la trago y me pongo malo?, interrumpe mi niño D.,
los ojos dos metros por delante de su cara. La alegría tan domingo, después una paella).
¡Ay, H., tenías
razón! No hay nadie tan romántico como un solo con fe. Leeré, ya
me lo apunto, “La Sonata a Kreutzer” de Tolstoi de la que hablas.
Volveré a creer en la pasión, abrazaré aún más fuerte esa
soledad que nunca decepciona. Envaina tu florín, yo ya guardé el
mío. Estamos tan de acuerdo que no nos dimos cuenta la otra noche.
Hay una diferencia entre nosotros. Yo sigo estrangulando mis certezas
por si ocurriera un día lo imposible. Cavafis rumbo a Ítaca
. Tú ya
no estás dispuesto, eres más sabio. Y ya no
hay caso de que vuelvas herido y arañado por las zarzas, y luego se
te olvide, como a mí.
PD. Me temo que no hay nada tan vigente como el
impuesto del soltería del que hablas, ¿no crees, querido H.? Te regalo para Elisa, que es la eterna repetición. El triunfo de la esperanza sobre la experiencia.