Mi querida Big-Bang:

Mi amigo invisible es tan discreto que a estas alturas me consta que ha ejecutado mi regalo con ilusión y alborozo. Miedo me da. Quizás no haya leído el mail que mandé urbi et orbe advirtiendo de que odio los marcos de fotos, los bolsos con logo falso, los corsés estilo Courtney Love, los libros de autoparanoia, los packs de pelis de Bergman o Akira Kurosawa, los pijamas de ositos, pingüinos o cualquier otro motivo näif de la fauna intercontinental, los gadgets tecnopijos y los consejos que no pido.

No, no soy exigente, qué va. A mí me regalan una invitación a un concierto de Raphael o El Puma a conjunto con una cena romántica en un asador hipercalórico y me pongo toda loca. Soy muy de gustos sencillos envueltos en Ferrero Rocher.

Tampoco hago ascos a un bono masaje con final feliz perpetrado por alguno de los mitos porno de mi ya larga biografía: un Harvey Keitel cosecha “El Piano”, un Jeremy Irons revisitando Brideshead, un Edward Norton en “El club de la lucha” o donde le dé la real gana o aquel Johnny Deep de “¿A quién ama Gilbert Grape?”, cuando aún no era un pirata posturitas, por tocar todos los palos.

Agradecida, la que más. Y falsa, ni te cuento. Dos atributos necesarios para encarar las Navidadades. Sólo con amplias dotes de interpretación se puede hacer fiestas a un libro llamado “Pollyana y las flores de azahar”, protagonizado por una ñoña cursi con botines y tirabuzones, cuando a tus hermanos les acaban de regalar el tanque, el equipo de camuflaje, la metralleta y todos los accesorios de Geyper-man. Eso duele. Y va acumulando una ponzoña silenciosa que explota el día menos pensado, cuando te regalan un anillo de pedida con pedrusco ad hoc o un apartamento en Torrevieja (Alicante).

En realidad, lo que más agradezco son los regalos gratis. Porque falsa y cínica, sí, pero sentimental, la que más. Esos dibujos de mis niñas hechos con rotu, ceras y plastelina con la leyenda “madre no hay más que una”, esos poemas de Pedro Salinas que el noviete de BUP se esforzó en copiar sin faltas de ortografía -“Te me mueres de casta y de sencilla” (nos ha fastidiado! Y sí, casi muero)-, ese álbum de fotos que a mis cuarenta me regalaron mis amigas del alma, con instantáneas que en su día retiré de la circulación por razones obvias…todos me han hecho llorar y ablandar a la fiera que me habita.

Mi querido amigo invisible: Si has caído en algún pecado antes referido te aconsejo mantener tu invisibilidad. No salgas del armario ja te maten. Envuelve el artefacto en seda con lazos rojos y escríbeme una poesía de rima asonante, a ser posible, donde no haya gerundios, cacofonías ni el adjetivo “emblemático”. Yo me entusiasmaré cual Estrellita Verdiales en su actuación más estelar y tal día hará un año. Tuya afectísima.