El dolor agudo de muelas es como un novio celoso. No deja lugar a nada ni nadie más. Desde el punto de vista metafórico es un alambre al rojo vivo que te atraviesa un lateral de la mandíbula, irradiando hacia el oído y la garganta. Después te da un rato de tregua, como para que te confíes y creas que ya se fue montado en su carromato siniestro de cuatro corceles al galope puestos de cocaína. Sólo estaba cogiendo fuerzas para regresar y tirar del alambre actualizado de brasas y rabia. Y así.

Si te duele y no puedes con ello, tampoco puedes ordenar un armario ni ver un programa tonto de televisión, aunque finjas hacer ambas cosas, por escrupuloso turno. No puedes hacer la lista de la compra sin que se te olviden recados importantes. No puedes hacer la cama y que el edredón quede liso y perfecto. Te irrita más que nunca la cuerda de la vecina en el patio. Te irritan el teléfono y el vaso de leche tibia, que al beber provoca otro rugido del volcán que es tu boca. Te irrita, lo que más,  contarlo y verte como una plañidera pesada y chinchosa. Pero lo cuentas por ver si así transladas a tus amigos una parte de tu desesperación.

Clavo de olor

Cuaderno de bitácora: tres días y medio después de que una muela me ganara la partida por K.O, he podido encadenar cinco horas de sueño. El titular no es tan famélico como parece. Esa novia celosa -la veo mujer, en todo caso- me ha desquiciado los nervios y me ha mostrado el camino tenebroso del dolor sin medicinas. La lista de lo que puede matarte es como la tabla periódica de los elementos o la de los reyes Godos. Interminable. Ayer por la tarde, después de tachar dos nombres más que presuntamente eran aptos pero no lo son, me arrastré con Minichuki por las farmacias del barrio suplicando me vendieran un tercero. En una de ellas el farmaceútico -un señor atildado y tieso que se casó con la monja más jovencita del colegio hace cuatro lustros, para escándalo de la comunidad– dio codazos al mancebo que accedía a venderme un espray anestésico: “No, mira, mira…señalaba la lista de los prohibidos como si fuera una profecía maldita”, y luego me observaba con sospecha temerosa, como quien mira a un yonqui en busca de la dosis desesperada. Me dieron ganas de decirle: “Me acuerdo muy bien de usted, seductor de monjas vírgenes e ingenuas“, sólo por fastidiarle. Porque cuando te duele mucho una muela eres más mala y desalmada.

Luego Minichuki y yo probamos con los remedios caseros que nos habíais recomendado: el clavo de olor se había agotado en varias tiendas (lo del dolor de muelas debe ser una epidemia similar a la gripe en Zaragoza). El aceite del árbol del té no existía en versión colutorio, me aseguraba la del herbolario, que terminó dándome la versión con la que intentamos espantar los piojos en casa, para alborozo de mi hija, que no entendía que una misma sustancia elimine bichos y dolores.

Y así, probando probando, llevo cinco horas sin dolor agudo, aunque noto a la bicha palpitar en un rincón guarida de mi mandíbula. Pues que sepas que hoy pienso ignorarte. Fingir que no sé que estás ahí, agazapada. Con la encía magullada y una dieta involuntaria que me ha quitado los efectos del turrón que no comí. Ya veremos quién gana la partida.