Hay personas capaces de decir frases contundentes como quien pela una naranja. Antonio López es una de ellas. Ayer, durante un programa sobre escultores en la 2 http://www.rtve.es/alacarta/videos/los-oficios-de-la-cultura/, esa cadena que todos aseguramos ver cuando nos preguntan para no confesar que estamos enganchados a la serie “Diario de una doctora”, de Divinity, la versión macarra de la melíflua “Anatomía de Grey”, el artista acuñó unas cuantas, sentado en una silla humilde en su estudio, con la mirada clavada en su interlocutor y con el ánimo muy alejado de tratar de cincelar una sentencia marmólea y rebuscada:

-El hombre fuerte siempre respeta. El débil se defiende como puede.

Pensé un buen rato en el asunto, pensé que esa hondura tenía que proceder de largas horas de trabajo y reflexión para arrancar una forma humana al barro como cadáver expuesto en la camilla. Antonio López resucita muertos y les arranca el alma, es un médium capaz de extraer pensamientos de un trozo de arcilla. Me pareció un hombre fuerte, inmenso, pese a la fragilidad de su esqueleto, tan liviano en una nave gigantesca y llena de bustos, moldes y trapos.

No soy muy fan de la escultura, lo confieso. En las exposiciones tiendo a despacharla rapidillo, pero ya nunca más será así porque ayer él me contó la generosidad que requiere el acto compartido. Cuántas manos y cuántas mentes están detrás de cada pieza, del vaciado, el molde, el fundido… “Sin embargo el pintor debe asegurarse de dar hasta la última pincelada”, exponía.

Vuelvo a la mayor: El cobarde se defiende como puede. Yo lo imagino dando coces al aire en su huida hacia adelante. Recuerdo, hace años, una reunión en la que un jefe, pillado en un renuncio, trató de embarcar a todo el equipo para que lo taparan. Hubo quien lo apoyó sin reservas. Otras titubeaban, tapándose la nariz, pero asentían. Me pareció un ejemplo de cobardía tal que aún me abochorna el recuerdo. Salvar el culo es esa expresión vulgar que nos convierte en cobardes irredentos. Estar a la defensiva nunca fue una gesta. Respetar, imagino, pasa por no violentar las propias convicciones.

El programa, magnífico, mostraba a la hija de Antonio López explicando por qué a pesar de haber nacido u crecido entre artistas -su madre también es pintora- no había podido seguir la estela familiar. Era demasiado fuerte el reto. Otra hija de escultora cuyo nombre no retuve daba los toques finales a una obra homenaje a su madre bajo la atenta mirada de su padre, también escultor, y explicaba la honestidad de su trabajo en un diálogo entre sus manos y las de su progenitor que era pura poesía y una escena de intimidad padre hija muy emocionante.

Creo que la moraleja del programa era que no hay nada más valiente que seguir la vocación. Que las manos sobre el barro, o el cincel, no engañan si se emplean al servicio de la inspiración. Que las ideas no se ensucian, y que cuando lo hacen el resultado no se llama obra de arte. Que el ser más humilde de la tierra cuando defiende lo suyo se convierte en un profeta. Sin grandilocuencias. Un tipo con un jersey rojo gastado que habla sin pestañear, que te impide con su firmeza cualquier estertor de cobardía.

Me hubiera gustado que las Chukis vieran el programa, tan acostumbradas como están a ver en el Telediario a esos gallinas timoratos que justifican lo injustificable subidos a un escalón, detrás de un atril.

En tiempos de zozobra hay que alejarse del singermornismo y escuchar a los sabios, que suelen ser tipos de aspecto anodino que no apestan a colonias fuertes por las mañanas. 

“Yo creo que las cosas son…Y la impresión primera de las cosas es la verdad” (Antonio López)