Mi querida Big-Bang:

En la despensa de todo hombre divorciado hay cervezas de importación, queso de tres tipos y dos limones viudos para animar los cócteles. Vale, es un lugar común, pero dime tres divorciados que llenen la nevera de frutas y verduras y reconoceré mi tendencia a la simplificación de la realidad (es más, la reconozco de antemano).

Al hombre solo le entra un insólito frenesí por comprar kleenex con olor a menta y rollos de papel higiénico de doce capas. Como si en adelante y por primera vez la higiene fuera su misión en la vida. Cuando le tocan los niños suele atiborrarlos de películas con pizza y les prometen que si sacan buenas notas les comprarán una Blackberry. Artilugio que, bien es sabido, necesita todo mastuercillo a partir de seis años para ser alguien en sociedad.

Sigo porque, total, ya sé que el gremio se me va a echar encima. A mí, que los defiendo frente a las vampiras de su ex que les roban hasta el alma y les exigen el sueldo Nescafé para toda la vida. A mí, que pienso montar un club en defensa de los divorciados que no sabían que cuando el cura dijo “hasta que la muerte os separe” era literal. A mí, que prefiero irme del amor en pelotas y con las arcas vacías que arrastrar la alfombra y la ira por el descansillo. A mí…

Pero claro, de ahí a autocensurarme hay un paso. Tú vas al supermercado a las 10 de la noche y te los encuentras. Sin prisas. No los esperan en casa. Y no se paran en las zonas vitales -carnes o pescados- sino en los embutidos deluxe. Un buen salchichón de Vich, un jamón con más jotas que la Pilarica…Y los quesos. Algo debe hermanar el desamor con la lactosa, y espero que un sesudo investigador venga en mi auxilio.

Ahora es cuando me dirás que por aquí no paran investigadores ni sesudos. Pero sí divorciados a cascoporro, que lo sepas. Son mis mejores amigos, de hecho. Me escriben tórridos mensajes porque se han dado cuenta de que tienen en mí a una aliada.  A una ex que querría permitirse una nevera a salto de mata, con tónicas, bolsas de hielo y limas para aderezar su gin Bombay. Y en su lugar hay… una madre culpable que quema con insistencia las lentejas y hace cremas de verduras para unas chukis que esperan ansiosas a que llegue el día de las pelis más pizza. El día de papá.

Y de ahí al teléfono última generación hay un paso. Y se preguntan si eres más pobre que las ratas o sólo finges. Y por qué llevas años convenciéndolas de que ir al museo es un planazo, o que hay que irse pronto a la cama para coincidir con los Lunnies; y, sobre todo, ¿por qué a veces no hay queso ni pizza, mami?

Todo esto viene a que yo quiero ser hombre divorciado por un día. Es más, aspiracionalmente me imagino como una Charlie Sheen desbaratada y feliz. Y mi plan incluye enrollarme con la cajera de Opencor una noche Y ser la más guay. Así que para empezar pienso comprar hoy una remesa entera de kleenex mentolados y unas cervezas Coronitas para acompañar. Todo será que me las beba y gaste los pañuelos en llorar y llorar.