Ayer fui a ver Le Week End y salí del cine convencida de que el matrimonio es un simulador de compañía dotado de un sistema anestésico que permite tolerarse sin meter demasiado el dedo en ojo ajeno. Y de una tecla, el botón del pánico, para recuperar instantes de felicidad, recuerdos empaquetados, ese día en el que miras al otro como a un extraño que molesta cual moscardón que se hubiera colado en la cabina de un piloto.

El guionista en un escritor con el que he pasado grandes ratos, Hanif Kureishi, un tipo que combina el sentido del humor amargo y a ratos chispeante con la visión más descarnada de la realidad. Su especialidad son las relaciones humanas, los lost in traslation cotidianos. Ese vértigo que sientes cuando te mueves en un país, en una piel o en una lengua que no son los tuyos. 

A mi alrededor sólo había parejas. La de mi izquierda se parecía a la protagonista de Le Week End. Alrededor de sesenta años, bien vestidos, los había visto antes de entrar en la sala cada uno a lo suyo, con esa tranquila cotidianidad de no tener que estar hablando sin sentir desazón. Él, además, echaba discretas miradas a las mujeres jóvenes que pasaban. No con deseo, sino con cierta melancólica sensación de pérdida. “Ella no es para mí, no lo será, no podría serlo”. 

En la película hay diálogos que son cuchillos ensangrentados. Destilan todo el rencor bañado en agua de colonia para que no huela. Y una secuencia brutal en la que ella, simulando un principio de striptease, le hace ponerse a cuatro patas para acercarse a su sexo como un perro y temes que le va a dar una patada, y te encoges en el asiento, y quieres salir corriendo pero no puedes porque estás sola y rodeada de parejas que se han encogido más que tú, seguramente, y se cogen de la mano violentamente, como el que agarra un chaleco salvavidas en medio de una tempestad.

Hanif Kureishi

Pero Le Week-End es París, tan bella y tan despiadada. Y el subterfugio de la intelectualidad cool y patética reunida en la Rue Rivoli en una fiesta que organiza un farsante escritor de éxito que abandonó a su familia en Nueva York y le cuenta a nuestro protagonista que ha construido otra simulación, con otra mujer -joven, voluptuosa, entregada- y un best seller bazofia para que lo adoren. Y él le dice algo así como ¿de verdad pensabas que abandonar a alguien te iba a hacer ser libre?


Creo que al final lo que cuenta Kureishi es una historia de fracasos, y que a veces la pareja es un frontón para compartir lo que uno no puede digerir en soledad. “El único trozo de hielo que me permite tocarla y se derrite”, o algo así viene a decir el protagonista, el perdedor, el hombre fiel que se deja insultar y ama. Y que a la postre uno se queda al lado del otro para sentirse menos huérfano y porque sabe que hay un botón, el de la esperanza, que al pulsarlo funciona como un tocadiscos del que sale una música que los hace bailar. Juntos, felices, por fin.