Mi querida Big-Bang:

Y entonces detienen a un pez gordo del FMI, al rey de la pecera, por tocar el culo a las chicas y tú tratas de desvincular sus excesos carnales de sus ademanes financieros. Pero es difícil. Los gestos nos definen. Sí, a todos se nos puede ir la mano hacia una carne turgente, pero no todos vivimos de un ente que se apoya en la credibilidad. Que con un gesto puede hacer que tosan o estornuden demasiadas personas en el mundo. Pero ¿es más un catarro o que te meta mano un tipo muy importante que apesta a perfume caro y se aloja en hoteles de 3000 eurazos?

Y entonces unos miles de tipos se echan a la calle porque ya no pueden más, y tienen tiempo. Y tú te preguntas cuántos de ellos están ahí por defender una postura y cuántos por definir su identidad desdibujada. A quiénes les mola el lío para ir y contarlo y cuántos han abrazado un pálpito que por fin conecta con la medida de su desesperación, de su ira, de su miedo al futuro. Y los observas con cierta distancia. Y si encima reconoces en la foto a algún mamarracho que te consta está ahí por hacer el paripé, el escepticismo se lanza al galope. Pero ¿acaso los actos son puros?

Mi querida A-1 me lo dijo hace poco: “Yo ya sé lo que soy. Soy activista”. Y la admiro por ello. Si hiciera cine fácil y comercial seguramente le irían mejor las cosas. Pero ha decidido utilizar sus pelis para señalar con el dedo. Y no se sube a un tanque de milagro. Mi amiga A iba a la puerta del Sol antes de que existiera el 15-M. Es arisca como ella sola cuando se le pone una injusticia en la punta de la nariz, y tanta rabia ha hecho que deje de tomar té, para aplacarse. Mi amiga A-1 es el 15-M. Y suena a agente especial británica, sí, pero es que lleva años escuchando a la gente que ha perdido su casa y su aliento en hipotecas que no pueden pagar. Y lo hace de su bolsillo, a veces maltrecho. Y vuelve y lo cuenta sin aspavientos y sin sacar pecho.

Entenderás que hablo desde la cómoda posición del antimilitante. Me dan miedo los grupos, me asustan las consignas y sospecho de las intenciones de masa. Además, soy vaga. Y acomodaticia. Y cuando J me habla de hacer la revolución yo pongo cara de gato de escayola trasnochado y miro hacia otra parte, esperando que algún banquero opine sobre lo que pasa en lugar de hacer chascarrillos de café sobre Dominique Strauss-Kahn, su ilustre colega. Ese que magrea a las chicas mientras la crisis mundial sacude a esas mismas chicas. Pero no. Los que salen son políticos chungos queriéndose abrogar un movimiento social. Atónitos porque se han quedado sin campaña electoral cuando más la necesitaban. Y eso mola.

Aunque haya mucho de pose. Aunque el domingo sean historia.

Siempre nos quedarán algunas A-1 incómodas y feroces para seguir señalando con el dedo, mientras los demás nos tomamos un gin tonic. Gracias, amiga