Mi querdida Big-Bang:

Alguien escribió eso de “no es bueno que el hombre esté solo” y muchos se lo han tomado al pie de la letra. Antes de que las hordas de machos me ataquen con saña y pobreza de argumentos, aportaré mis pruebas: hombre-1 estaba frente a mí por motivos profesionales. Yo lo miraba y tomaba mis notas, dibujando ninfas yonquis en las márgenes del papel, como es mi costumbre cuando someto a mis neuronas a la tortura de la concentración. No sé cómo, pero una cosa nos llevó a la otra, a su cama (es una metáfora, lástima). El tipo, próspero ejecutivo, un JASP de mi generación, soltó:”yo es que tengo idealizado el abrazo de por la mañana, así que en cuanto me enamoro las llevo a vivir conmigo. Lo que yo llamo el impulso Móstoles”.

Hombre número 2. es un producto de su tiempo, pero no se haya. Anoche charlamos mucho rato. “No sé qué pasa que a mis amigos les ha dado por presionarme para que haga lo que se supone que hay que hacer a los treinta y tantos:emparejarse, casarse, tener hijos…” El hombre, sensible e inteligente, anda trastornado por ser el rarito del grupo, y encima ha sufrido una revelación:”El sábado fui a una boda y en el salón contiguo al de nuestro banquete se celebraba otra. De repente la novia salió disparada sollozando, histérica perdida. Una novia a la fuga, me quedé muerto”. Sí, amigo, en real life son las novias las que huyen y las que rechazan la almohada común por las mañanas. Doris Day ha muerto, viva Julia Roberts.

Hombre número 3 no sabe si quiere compartir su nevera llena de cervezas y de nada. Es feliz, dice, sin que nadie le diga que quite los pies del sofá de chenilla beige. Es feliz sin que nadie le invada la estantería del baño con sus cremas y afeites. Sí, al fin puede “ver en la tele las carreras de motos en silencio” (???). Puede convocar amigotes a cualquier día y hora sin preaviso. Puede llevar mujeres y follar a troche y moche, esa fantasía de macho alfa. Puede…agobiarse porque sólo escucha el sonido de sus pasos y la mitad de su armario está vacía como el ojo de un tuerto. “Verás, a mí me gusta acariciar, llegar a casa y que me besen, charlar de cosas tontas… y no ponerme un whisky y brindar yo solo con la tía ésa del Telediario, que la tengo aborrecida”.

Algo pasa ahí fuera, y no te estás enterando. Mientras mis amigas son mujeres que corren como lobas delante de los corderos, ellos andan aullando a la luna para no estar solos. Sí, el feminismo ese que no milito por inconstancia y por sobredosis de revista femenina nos ha convencido a muchas de las ventajas de la soledad, de lo que mola zamparse la vida en dosis individuales, pero, ¿y a ellos? Me temo que se han pasado el tiempo dando por hechos los mismos principios tradiciochungos que nosotras, pero sin que nadie acuñara el lenguaje ad hoc y una consigna. Sí, mientras la solterona era vilipendiada, el solterón aguardaba con su cerveza a que apareciera el amor de su vida para amueblar juntos la casa en cómodos plazos de El Corte Inglés.

Y, por si fuera poco, señoría, ahí va el testimonio de mi hombre número-4. Un prototipo casi perfecto. Guapo, fuerte, cociente de inteligencia superlativo. Heterosexual, para que no haya interpretaciones sectarias. “No puedo más, necesito una pareja que me escuche; que no me mire antes el culo que a los ojos. Que tiemble cuando le hable al oído en el rincón oscuro de un bar. Que recorra despacio el laberinto de la seducción, sin saltar de oca a oca para llevarme a la cama cuanto antes. Un alter ego, una compañera…¿por qué es tan complicado, nena?”. Me quedo en silencio, le tiendo mi gin-tónic, lo abrazo y lo acompaño en el sentimiento.

Ruego a los hombres que se dejan caer por aquí (pocos, me temo) se sirvan de aportar sus experiencias antes de que ponga un título a este síndrome y cobre mis sesiones de telecoaching a precio de oro. Y vosotras, mujeres, hacedme el favor de escucharlos, porque tienen mucho que decir.

Los bares no están llenos de borrachos, sino de tipos con ganas de hablar y compartir su almohada. ¿El romanticismo no ha muerto?