“Lo que para ti era un estado, para nosotros era una vocación. Lo que para ti era una máscara, para nosotros era un destino”. 

Hay una prueba del nueve de la literatura que consiste en que si no puedes despegarte de sus líneas ni en un aeropuerto a reventar de pasajeros con el tedio de las horas de retraso del vuelo y nueve amigas jugando una timba a las cartas a escasos centímetros, es que realmente estás atrapada. Las voces de alrededor en sordina, la maleta como apoyapiés y cierto balanceo para que la espalda no sufra mientras escrutas una larga conversación entre dos ancianos, cuarenta y un años después de que uno se haya marchado sin despedirse del otro dejando el rastro de una sombra de sospecha que deberá manifestarse tarde o temprano, a menos que llamen a embarcar y se rompa la magia y busques tu billete y lo hayas perdido.

“A veces llega alguien a tu casa, no habla mucho, bebe el aguardiente y fuma el tabaco dulzón. Quieres leer, pero no puedes, la lluvia penetra de alguna manera en el libro, no de una manera literal, pero sí real, no eres capaz de seguir los renglones, sólo de escuchar el ruido de la lluvia. Quieres tocar el piano, pero la lluvia se sienta a tu lado y también toca”. 

Tarde he llegado a Sándor Marai, cómo he podido. Gracias T. por el regalo de “El último encuentro” (Narrativa Emecé). No hay tiempo que perder, el húngaro me ha hecho suya desde las primeras páginas en un viaje de diez mujeres al país de Eurovisión. “Uno se pasa la vida preparándose para algo”, reflexiona el hombre de entrada, en los primeros compases del libro, y enseguida habla de envejecer sin resentimiento. No es una premisa moral, es una conclusión pasada por el tamiz de la experiencia. Una de esas certezas cargadas de cierta dosis de fatalidad. Un vaivén que te sumerge y te hace sonreir al recordar algunas conversaciones de un viaje con un grupo de mujeres brillantes y optimistas, los canales de Estocolmo a sus pies, el calor lento de un sol más bajo que el de aquí. La alegría del encuentro y las ganas de lo que vendrá.

-De modo que encontraste al hombre tétrix…
-Lo que para vosotras era un estado, para mí era una vocación imposible, diría Marai con su boina calada y esa expresión absorta de quien adivinó un acertijo de los hombres.

Hay un museo absurdo en Estocolmo que es un barco del siglo XVII varado en una orilla. Un parque de atracciones sin mayor interés. Hay una pradera al lado que justifica el afán de haber llegado. Las mujeres tiradas, perezosas, hablando de la vida y sus cortejos.

-Te vamos a buscar un sueco impotente.
-¡Querrás decir imponente!

Cuarto de baño de restaurante cool, horas después. Doce ninfas suecas rubias como el día hacen cola, beben sus cócteles o susurran en cuclillas y son un espectáculo frondoso, deslumbrante. Me sacan dos cabezas, olvidé mis tacones en Madrid. Contengo el impulso de hacerles una foto para enviar a J. Se lo cuento. “¿Alguna fantasía por cumplir?”, me escribe. Me da la risa floja, las vikingas ni siquiera se han percibido de mi presencia. Me siento cual mosquito en un panal de abejas reina. La fantasía de esas cabelleras Pantene, de esos pómulos de titanio, que sin embargo una vez contemplados dejan de ser hipnóticos.

Mi habitación de hotel

Vuelvo a mis amigas, la mesa con sus conversaciones entreveradas. Patatas con bacalaó y steak tartare. La cerveza templada, no sé que tienen estos suecos contra el frío si habitan en él…

-Me llamaron del colegio. Que a mi hijo se le ha partido un diante de cuajo esquiando. “No pasa nada, buscádlo”, ordené. (Lideresa 1)
-Desde que está enfermo mi chamán me siento desnortada. (Lideresa 2).
– Mirad, en el teatro de la ópera. Ponen una del personaje ése del Señor de los anillos…Sí, cómo era….¡¡¡¡¡¡Ganfdalf!!!! (Ah, no, que es Falstaff).
-¿Alguien puede explicarme por qué en este lugar hay tan poca iluminación en los sitios? Hay que ir al baño con frontal.
-¿Os sabeís el chiste de sor Rita (sorrita), la monja que disgustada con su nombre va a Roma a cambiárselo y cuando le dan el nuevo es Sorraimunda (Raimunda). 

Un viaje es el antes, el durante y el después. Aún debo metabolizar tantos recuerdos. Benditas lideresas que han acompañado tres días al trote, tan contentas. Los viajes con mujeres no son una fantasía, aunque las rubias seamos de bote y los imponentes nos la traigan al pairo en estas circuntancias. Espero repetir, queridas todas. Vuelvo a Sándor Marai, con vuestra venia:

“Hubo un mundo por el cual valió la pena vivir y morir”…