No entiendo el lío que se ha montado con las declaraciones de Anna Gabriel, la de la CUP,  sobre la tribu. A mí también me gustaría que a las Chukis, esas desalmadas que comen de mi mano y dejan el sofá destripado y sin mullir cuando se van a la cama, me las hubiera educado “el grupo”. Encuentro múltiples ventajas en la crianza coral. Por ejemplo,  la culpa se diluye. Que la niña te sale respondona, corta de entendederas, desafectada cultural, arisca o repelente, pues fijo que encuentras a alguien de la tribu responsable de esa transmisión de taras que hoy por hoy sólo podemos atribuir al padre o a la madre, los abuelos o alguna cuñada chunga.

A nivel madre soy justita y hasta deficitaria. No cumplo con los plazos estipulados para las revisiones (chapa y pintura) y el otro día, cuando llevé a mi adolescente al dentista después de muchos años y en galaxias bien lejanas,  ella iba aterrada por el torno y yo por la pregunta: ¿Cuándo fue la última vez que…? No podía mentir, porque como no entregué a mi prole al grupo (donde sin duda habrá troleros y troleras ejemplares), debía ser un ejemplo de ese mantra que he repetido mientras olvidaba fechas de vacunación y citas con el tutor: “No hay que mentir jamás”. Así que cuando mi hija se encaramó a la silla y abrió la boca me sentí como delante de un tribunal tan severo como el de Nuremberg.

“Tienes los dientes perfectos, sin sarro ni caries. Sigue cepillándote así todos los días”. (Dijo la dentista, y yo casi grité: ¡Milagro, milagroooo! porque la ínclita  se cepilla lo justo y rapidillo). Cuando salimos de allí nos abrazamos con una alegría desproporcionada, y eché de menos a la tribu haciendo la danza del éxito odontológico alrededor del castaño. En su lugar, las tres (mi hija mayor nos acompañaba dada la importancia del acontecimiento) nos pusimos púas de frutos secos, variantes y orejones mientras bajábamos la calle de Alcalá con donaire y regodeo.

Anna Gabril (CUP)

El grupo es el sueño de toda madre (padre) insegura de sus capacidades. Es la educación de los griegos con los sabios. Es la pulsión de la utopía cívica llevada hasta sus últimas consecuencias. Si un hijo deja de ser tuyo desde el momento del parto (y hay partos que merecen el ostracismo inmediato del ser pequeño), lo lógico es que el hechicero, el maestro o el contable se hagan cargo de inmediato y comiencen su labor de construcción y refuerzo de la personalidad.

Muy mal se nos tiene que dar para que en la tribu no haya algún voluntario para perseguir a tus hijos y que hagan sus deberes. O para acompañarlos el día de su primer botellón. O para indicar cómo dar el primer beso sin demasiadas babas. O de qué manera enfrentarse al inevitable desgarro del corazón y otras heridas de guerra. Por no hablar de la adolescencia, esa etapa tan confortable en la que la intensidad del culebrón más venezolano se apodera de tus hijos y empiezan a hablar lenguas extrañas que tú no entiendes, y se esconden por los rincones de tu casa como ratas, y lloran sin saber por qué y mienten. Vaya si mienten.

-Yo soy muy partidaria de las mentiras en los adolescentes (me dijo ayer una experta a la que acudí a falta de tribu que llevarme a la boca). Si te miente hay esperanzas de que pueda llegar a ser una persona libre.

Así que tras escuchar el oráculo me quedé casi tan satisfecha como tras la visita al dentista, y pagué con alegría pensando, sin embargo, que de haber educado en grupo me habría ahorrado una pasta en profesionales varios, porque si tus hijos son de todos, como propone Anna Gabriel en un tono de activismo maternal muy encomiable, habrá que prorratear los gastos y las matrículas de la universidad. La paga semanal. Las broncas de los lunes. Y buscar al padre o madre idóneo para esa primera charla sobre sexo, para las noches con fiebre y sin dormir, para la terrorífica lactancia, para el desencanto el día de las notas. Para esa mañana que se te perdió en un centro comercial y la angustia se te salía por la boca. Para…

Eso sí, como madre orgánica me abrogaría el protagonismo de los momentos estelares: Las funciones del colegio (“Ya soy mayoooor y mi cole es el mejor”, cantaba mi niña y yo no podía parar de llorar), las noches de lectura coral en mi cama, los viernes de pizza y peli las tres apelotonadas en un sofá, los caminos al cole contándonos las cosas, las carreras del cross del colegio, los partidos de fútbol de los sábados a horas inconstitucionales; los bailes como tontas cualquier día, los primeros días de playa de todos los veranos, el beso de buenos días y el de buenas noches, las ceremonias de graduación...Todos esos momentos que congelas y quieres que te duren. Los que te dan impulso para tantos incordios que no hay tribu que asuma, y que total si has llegado hasta aquí y encima tus hijas no tienen sarro en los dientes, como que no compensa ya entregárselas  a nadie, no sea que descubran que son majas y buenas y quieran quedárselas con argucias grupales, muy de secta.

PD. El hit de hoy nos acompañó un verano de Asturias de los nuestros. Mis hijas  no paraban de pedirlo y cantábamos a voz en grito volviendo de la playa. Va por vosotras, chitinas!