1. Me hice instalar hace poco aire acondicionado en el dormitorio para dormir la canícula de julio. Ahora me paso las noches apagando y encendiendo el telemando, al dictado del sudor o el estremecimiento. Duermo peor que nunca setecientos ochenta euros después. Y sí, tiene un programador más afinado que los de la NASA, pero cuando se apaga mi termostato experimenta un calentón nuclear porque los sensibles (al ruido, a las cacofonías y gerundios, al desapego, a la intolerancia modernícola, al populismo, al libro de presentador de éxito o a la temperatura) somos como los pollos de granja con la luz. 

2. Cuatro de la mañana. Compruebo descalza, desarmada, que nuestra tortuga, cuarta mujer de la casa, ha crecido al menos cinco centímetros este invierno. “Pues yo habré engordado kilo y cuarto, chiquilla”, le confieso, aunque es un cálculo a grosso modo porque hace tiempo que sólo uso la báscula para pesar la maleta antes de un viaje low cost.  De repente, su habitáculo versallesco parece una de esas cunas ridículas donde acostaste a un bebé y despierta un niño con las piernas exiliadas de los barrotes. El ciclo de la vida -no, no me refiero a esa concejalía darwiniana de amplio espectro de Ada Colau– consiste en apercibirse de golpe de los cambios acontecidos en un año, lo que va de julio a julio. Y desear desesperadamente liberar a la tortuga. O en su defecto soltar un grito sioux por el patio.

3. Y entonces, un valiente te brinda un titular, y las paredes estallan y sobreviene un prado luminoso sin cercas de alambre ni francotiradores tuertos. Eres diez años más joven y diez años más libre, pensarás. Y se desencadena una tormenta de lágrimas antes de las de San Lorenzo. Y entiendes que todo tenía sus plazos, sus distancias, sus pesos y medidas. Y que hay algo intacto, primigenio, metido en una urna de cristal o en una gota de ámbar. Cariño. Lealtad. Admiración. Apego. Incondicionalidad… Y aplaudes y enmudeces y escribes una carta que no echarás al buzón.

4. Aire acondicionado, posición “low”, 26 grados, swin a toda vela:  el cuerpo de mi hija a pocas horas del adiós, pegado al mío, la vuelta por un rato al cordón umbilical. Calor: Los amigos tan ciertos, celebrando las palabras impresas. Aquel acordeón desafinado. Darse cuenta a tiempo de que siempre hay cara B. pero no siempre hay plan B y tampoco está mal. Seguir urdiendo tramas. Cambiarle el agua a Tortu. Correr hacia la ducha.