Espero con ansia el veredicto sueco sobre el Nobel de Literatura. Cada vez que sucede que desconozco al ganador, que apenas lo he leído o que me suena vagamente,  es una cura de humildad. Decido que hoy me acompañará un viejo amigo. Peter Handke, por ejemplo: “Voluntad de vivir: de repente miró alrededor de él buscando belleza“. “Ayer, de camino” (Alianza Literaria)  son reflexiones a vuelapluma escritas de paso entre pisadas al mapa. Tesalónica, Pyrgos, Olimpia…

Cada uno pena por sí mismo. Dice. Y es verdad. Tan verdad como que el exceso de expectativas te está matando. O puente, lugar del pensamiento. Eso también lo dice.

Proyecto mi partida de puente a puente (me lleva la corriente). El Puente del Alma no me conmueve, por mucho que una rubia narcisista se matara en su boca negra abierta al tráfico. Prefiero los puentes recoletos de óxido y hierro. Los puentes sin candados. Esa práctica abominable que hundirá una ciudad y aplastará a varios coches inocentes en el camino (incluso algún Volkswagen. Divina expiación). Si Peter Handke no lo remedia me tendrá absorta cruzando por una pasarela frágil de esas que se agitan con el viento, reverberan.

¿El Premio Nóbel es político, como el Festival de Eurovisión? ¿Los políticos que salen bailando por la tele son oportunistas o mamarrachos? Vergüenza ajena, apuntaría Handke. Tampoco quiero verlos en maldil en la cocina, ni desnudos saliendo de la ducha. La cotidianidad es cutre, iguala por abajo. De ahí a pensarlos en pleno acto de cama o de sofá hay un ligero trecho. Vade retro.

“¿La contemplación (sostenida)es ya la reflexión?” Pregunta Peter. Depende de lo que te sugiera. Puede ser voyeurismo. Esos mirones que miran taladrando sólo para amedrentarte. La mala educación. Lo cortés es deslizar la mirada, clavarla ya es amor o es amenaza. Cierra los ojos.

¿Un señor, una señora premio Nóbel, merece los respetos, inclinar de cabezas, un vals en Estocolmo?¿Leer todos sus libros? ¿Subrayar las sentencias? Sacarlo a colación en una mesa cargada de viandas frías, de pasteles que nadie tocará?

Cuántas preguntas.

Llevo viajando semanas y aún no ha despegado el avión destino Orly. Handke parace que lo sabe, me interpela en la página 14: “Va a hacer pronto veinticinco años que estuve por primera vez en Piran (¿París?) (…) Ciertamente me sentía rodeado por los bloques de un mundo que todavía tenía que ser erigido. ¿Y hoy? La mirada a la lejanía me resulta demasiado fácil, la mirada al aire libre no conoce suficiente resistencia”.

Hay un diálogo bello con quienes no saben que escuchas y hasta que hablas, pero escriben y escribes y es un largo zigzag. (Te leo, me conmueve la cercanía, me dijo A.) .Otros lo saben pero cortan los cables con respuestas muy frías desprovistas de yo. Los seres reglamento de labios acorchados, como muertos en vida. “Belleza es también estado de entrega”, murmura mi hombre austriaco. Soñé con la Victoria de Samotracia, le respondo, los pliegues sobre el cuerpo refulgente de mármol blanco como la dentadura de un presentador de talk show yanqui. En estado de entrega me redimo.

¿Cómo celebrar el silencio? te planteas.

Callándome. Y sacando la maleta del armario…