Mi querida Big-Bang:

Mi ordenador ha muerto y con él se ha llevado año y medio de mi memoria. Las desmemoriadas solemos confiar en la electrónica para que nos perpetúen, sin tomar conciencia de que los cables se chamuscan y entonces se ejecuta la venganza de los bytes. Lo que fuiste todo este tiempo se evapora: doscientas fotos, un arranque de novela que nunca será, tres relatos inconclusos -uno de ellos erótico muy “subidito de tono”, que diría mi madre- mi carta de dimisión irrevocable, mi carta de arrepentimiento súbito, una lista estándar de la compra… Así.

Lo bueno de olvidar es que puedes reconstruirte sin problemas, en una versión distinta y más perfeccionada de ti misma. O saltar al vacío de este tiempo y volver a la vorágine de 2009. Lo malo es que es una trabajera y, además, ¿quién me garantiza que el destino no me tiene preparada una broma de las suyas que me obliga a ser Sísifo y volver a arrastrar la piedra sabiendo en qué curvas exactas me pillaré los dedos? No, no creo que sea conveniente regresar. Casi mejor haré como Gerard Depardieu en “Matrimonio de conveniencia”. Una serie de fotos del pasado reconstruido con fondos chungos y sonrisas de pega. Luego añadiré una banda sonora ad hoc y, tachán, volveré a ser hoy sin elipsis inquietantes.

Apunto momentazos para la reconstrucción: 1. Las noches salvajes con I. en el Berlín Cabaret. Saliendo al alba y preguntándonos por qué a veces el tiempo pasa tan deprisa y en el asfalto no hay pistas para continuar girando. 2.San Sebastián connection con mi querida A-1. Un balneario mirando al mar y la poli registrando nuestro maletero. Dos mujeres cargadas de edredones y buenas intenciones y una botella de buen vino que descorchamos viendo La muerte de Mikel en euskera. 3.Fez y un hammán de despelote real y figurado con mi hermana y mis cuñadas. 4.Una cortina roja y mucho movimiento al son del flash. 5… Un libro, dos discos, tres libros. 6.Una habitación con vistas y un baño sin puertas…

Lo dejo antes de que me invada la nostalgia, esa compañía tan innecesaria. Voy a pensar que esto es una señal; que debo cancelar 365 días como quien cancela una cuenta bancaria con sus estractos. No quiero ver mis números rojos, el desamor, las noches en blanco, los desplantes, la furia. Todo empieza hoy, en este instante. Con un PC prestado y un relato que arranca así: “Al despertar, todo aparecía quemado, excepto el manual de instrucciones del robot de cocina. Lo cogió, lo cortó en mil pedazos y contempló cómo las llamas devoraban las últimas letras de su próxima digestión”. Ahí queda eso.