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Stephen King

DECÁLOGO PARA ESCRITORES SEGÚN STEPHEN KING

Muy de mañana he salido a la azotea, he recogido  apresuradamente una sábana blanca  tendida y al agitarla ha caído nieve. La nieve siempre cae lenta, por un milagro de ingravidez que para los  físicos no es tal. El científico querría llevar dentro un poeta, pero la dictadura de las fórmulas matemáticas se lo impide.

Hay una imagen, la de la sábana blanca vomitando copos de nieve, que es ya la de mi Viernes Santo si el azar no lo remedia. Huele a cenizas de chimenea que ayer fue vigorosa y, mientras preparaba mi clase, la serendipia -ese milagro nada bíblico- me ha traído a Stephen King y su decálogo (de 14 puntos) dirigido a escritores. Mi favorito es el punto 10: “El camino hacia el infierno está hecho de adverbios acabados en mente”. Pero también me gusta “la descripción empieza en la imaginación del escritor pero debería terminar en la del lector”. Y un tercero: “Nombra “lector ideal” a la persona para la que tú escribes. Él o ella estará todo el rato en tu habitación de escritura”.

Mi lector o lectora ideal es ambidextro y carece de género. A ratos es un macho dominante, a ratos una vestal impertinente o dulce. Suele silbar tonadas recurrentes y cuando le reprendo bufa y hace mutis por el foro. Es displicente y tirano. Me mira con cara de “¿ya estás perdiendo tu vida dedicándote a otras cosas?”, y cuando me enfado pone cara de no-fui-yo-de-qué-me-hablas.

El primer punto del decálogo de 14 no dice que el asesinato del lector ideal resulte impune. Dice que si quieres ser escritor debes escribir mucho y leer mucho. La perogrullada nos hará libres y sensatos, no la desestimemos de golpe. Anoche regresé a la lectura como cordera arrepentida y encontré que el libro que había abandonado es simple y eficaz. Margaret Altwood, no me arrebatas aunque triunfes y vendas a capón. Una historia poderosa contada sin alambiques formales ni excesiva profundidadd. No es la literatura que me nutra, como tampoco el Whooper es mi hamburguesa fetén y sin embargo una o dos veces al año voy y la devoro.

Encuentro sumo placer en madrugar y seguir en pijama y bata de estrellas unas cuantas horas. La cascara del mal sueño aún rondándome la oreja. “Deberías evitar los tiempos verbales pasivos”, dice Stephen. No sólo los evito, puede decirse que escupo sobre ellos. Tengo los pies fríos y la alfombra se ha llenado de pelos de Brontë. Echo de menos el olor a torrijas de mi madre. Me pesan los pies y comienzo a sentir un familiar hormigueo que precede al cambio de postura. Afuera hace sol. La nieve ha sido un sueño o un espejismo.