La Celestina. Zuloaga.Fundación Mapfre

Hay un cuadro de Eugène  Carrière  en la exposición “Zuloaga. De la Belle Epoque a las raíces españolas”  (Fundación Mapfre) que me atrapó como ninguno ayer en medio de la vorágine de colores circundante. Es una pintura de niebla y te hace parar a esperar a que se disuelva el velo. Los lunes en la Mapfre son gratis, jubilosos,  y siempre se me olvida. El silencio sepulcral de tantos mediodías en los que peregriné como quien va al Cristo de Medinaceli  el primer viernes de marzo se rompe y es un avispero de ávidos y sobre todo ávidas de conocimiento que te reconcilia con la especie “Homo banalis” aunque te impida ver con calma las pinturas.

Confieso que Zuloaga no me mata. Especialmente sus obras costumbristas con gitanas y toreros. Me quedo sin embargo con los retratos de esas mujeres altivas que proclaman su estatus social con un leve mohín y te invitan a penetrar en sus secretos de alcoba para darte con la cortina en las narices en cuanto fisgas de más. “No eres de aquí, ¿cómo te atreves, niña?”. Y con esa Celestina abierta y sosegada. A la salida la luz del sol chocaba con un nubarrón negro y componía un paisaje de cielo tan dramático que otros llamarían navideño. La calle, tan familiar ayer, se me hacía esquiva como el colegio de las monjas cuando regresas treinta años después y sientes que ya no formas parte de aquello que fueron tantos cientos de mañanas de ponerte sin ganas el uniforme príncipe de Gales, las medias a la rodilla y unas coletas tan tirantes que parecía que el cerebro se te escaparía a gotitas por los poros.

“Mindhunter”

Se lo dije a mi amigo J. Lo del sentirte fuera. Me confesó que le pasa algo parecido. Me quedé tranquila como cuando un serial killer se encuentra con otro y comparten confidencias de casquería. La adictiva serie “Mindhunter”, que me bebí el pasado fin de semana en cómodas sentadas frente a la chimenea o bajo dos edredones, habla de que todos estamos tocados dentro de esos grises que llamamos “normalidad” con la excusa de contar cómo a finales de los setenta se inició la investigación científica del perfil de los asesinos más sádicos. El criminal vuelve al escenario del crimen, a veces, pero para mí en la Castellana a la altura de Colón no hay regueros de sangre ni malas intenciones. Sólo un cierto extrañamiento que no entiende de nostalgia pero sí de melancolía. Un eco que acompaña mis pasos y que suena distinto, sin embargo. Menos impetuoso.

Cartografía de la desposesión, podría llamarse. Cambio de turno, quítate el uniforme. El pelo corto se olvidó de esas coletas pero aún siento los tirones de esas gomas marrones cuando algo me devuelve al pasado.

La pérdida, en el fondo siempre está lo perdido. Y si no, no hay progreso. De pronto quiero volver a sitios donde hace mucho tiempo. Les propuse a mis chicas: ¡Vayamos a Toledo, a Segovia o a Cuenca!. Prefieren el Caribe, me parece. Sus mapas y los míos no coinciden, y así tiene que ser o no sería madre ni ellas hijas.

Ayer

Ya termino mi ayer, un lunes diferente. Repasé algunas calles y elegí un café donde solía a veces. A mi derecha una mujer pedía el suyo: “con leche de soja y sacarina”. ¿Algo para acompañar? “Ensaimada sin nada”, entre murmullos. Otra mujer culpable, pensé al ver cómo comía castigando su debilidad a mosdisquitos, virada por detrás de su melena. Chocaron nuestros ojos, le dediqué una sonrisa de esas contenidas que se brindan al desconocido. Mordí mi ensaimada con un placer salvaje y renovado. Me pareció que ella hacía al fin  lo propio con la suya, encogiéndose de hombros. Pero igual me equivoco, con rubias embozadas no se sabe…

Hoy mi pulsera me dice que el sueño ligero venció al profundo. He soñado Carrière y de pronto hace sol. Ese sol de Madrid del que presume mi madre como el que no quiere ver que está podrido de contaminación. ¿Somos lo que vemos, lo que queremos ver, lo que nos cuentan? Tantas preguntas duermen debajo de los cuadros, de las fotos. De los pasos erráticos de ese día que vuelves y sientes que la acera ya no te reconoce. Y te abrigas el cuello y te calas el gorro. Y regresas a casa sin rasguños, con un mapa arrugado en el bolsillo.

(Dedicado a C,  A y S. Por un rato Belle Epoque con ramane caliente y alegría de reencuentro. Sois estupendas, chicas).