-¿Sabéis por qué me siento aún joven? Porque no deseo a las niñas de 22 años…

La conversación tiene lugar en una terraza de un pueblo. A la mesa, cuarentones que hemos acudido a darlo todo porque nuestro amigo M. toca en un grupo de coetáneos con alma de Rolling Stone y toneladas de entusiasmo llamado Bee Convoy.  

A los 45 piensas que no sabes cómo has llegado hasta aquí. Y cuando te rodeas de gente vitalista que hace cosas más allá de criar adolescentes y echar pestes del jefe, las edades son sólo referencias numéricas entre una cerveza y un gin tonic.

-Mi target ideal son las treintañeras, sostiene T., divorciado y biólogo.
-Yo huyo de los cincuentones que te hablan de sus ex y se duelen de la próstata…proclamo, y los tres hombres a la mesa se soliviantan. ¿Acaso no sabes que yo tengo 48?, dice uno, y me toca salir por la tangente. Hay temas duros y hombres que guardan un adolescente en ebullición. Y eso mola.
-Puestos a elegir, prefiero a los de treinta y tantos, dice mi amiga C., compañera de cole que se conserva tan burlona y ocurrente como cuando íbamos de uniforme y las monjas trataban de meternos en vereda, pero más guapa.

Bee Convoy

A la vuelta, en coche ajeno, hablamos de la crisis de los cuarenta. Sostengo entre bostezos que no tiene que ver con inseguridad del cuerpo, o con la frustración de no haber alcanzado algunas metas. Creo que tiene que ver con la certeza del tiempo finito. Con que sabes todo el rato que el día que se acaba es irrecuperable. Y el único antídoto es quizás agarrarte a un bajo y tocar a decibelio limpio un tema de rock.

-Dormir menos horas espanta a la muerte.
-Yo necesito mis ocho horas, tengo una gran actividad onírica, sostiene T. Sueño con el mar, con cetáceos que me salen al encuentro. Así que no me frustro si ese día no he leído. Cada vez disfruto más lo sensorial que lo intelectual.

Quizás la crisis de los cuarenta sea dar un manotazo sobre la mesa y apartar lo que presuntamente vale para centrarse en lo que realmente te vale. Piezas de un puzzle por hacer que ya apunta siluetas. Huir de los seres tóxicos que te contaminan a poquitos y cuando quieres darte cuenta tienes el alma hecha un chernobil. Hacer cosas gratis. Necesitar poco. Sorprenderse mucho.

-¿Y el placer, qué es para ti?
-Tener un día de profunda soledad. Sin nadie que me reclame, y que a última hora un amigo me mande un whasapp que diga: “¿Te apuntas a un plan freaky? Hoy tocamos en un bareto de Fuente del Saz”.

La crisis de los cuarenta, me temo, consiste en llegar a esa edad sin un solo proyecto personal por el que no necesitas que te paguen. Un plan ilusionante y un motor de encendido rápido que no se altere si engordas un kilo o los hombres empiezan a fijarse en las de veinte.

Ser like a Rolling Stone…