“Sentirme. Ser un proscrito ligero como una pluma, aunque dispuesto desde hace mucho a ser derribado. Soltar sin vergüenza la correa del animal. Ser este o aquel. Resucitar a los muertos

Caigo en brazos de Günter Grass -“De la finitud” (Alfaguara)– huyendo de una información que me vende que se puede ser puta y feminista en la que tres mujeres jóvenes, atractivas y presuntamente inteligentes trazan un panegírico de la prostitución tal que me dan ganas de dejarlo todo y echarme a las esquinas o parar en un club de carretera de farolillo rojo y viento del Oeste. Ser puta es un trabajo como otro cualquiera del que una puede entrar y salir, sin ataduras ni jefes. Un chollo. Un auténtico reclamo para las chicas de la edad de mi hija mayor, que sentirán sin duda la irresistible llamada de sus cuerpos a decidir a quién se entregan (tiran) para extender la mano y cobrar su recompensa al último estertor/jadeo/grito.

Hace semanas que pego un respingo al leer en un digital entre las noticias más vendidas un video que reclama: “Soy puta porque me encanta“.  Y me parece muy bien que te encante ser puta, nena, pero no sé si me encanta la frivolidad de tu reclamo. Estoy segura de que un alto porcentaje de las trabajadoras del sexo lo prefieren a ser directoras financieras,  investigadoras, médicos, peluqueras, abogadas  o conservadoras en un museo de arte ¿verdad que sí?

No tengo nada en contra de las prostitutas, me conmueven. Las que he conocido en el desempeño de algunos reportajes me parecieron mujeres tristes y prisioneras de su destino. Tiernas, furiosas, pendencieras, temerosas de sus chulos, preocupadas por sus hijos, muertas de frío o de calor. Yonquis. Cómplices o enemigas entre iguales. No daban la sensación de elegir más allá de sus atuendos sin alas ni purpurina, sostenes abiertos en canal a la caza de clientes.
No dudo que las habrá aguerridas, diosas con tarifas de largo recorrido que elijan a sus hombres. ¿Feministas? Tal vez, aunque esa etiqueta ya no sé qué significa porque ha sido desgastada en tantos debates desprovistos de rigor y tan llenos de lugares comunes como de complejos y resentimiento sin reflexión libre, descorsetada y profunda.

“Ahora repasamos mujeres
que sólo una vez,varias, durante lunas enteras
en la cama, sobre alfombras, de pie
pretendimos amar:literalmente,
y luego enseguida mudos”.

Suelto a Günter y se me van los ojos a los ángeles de Victoria Secret,
que una vez más han desfilado con sus alados cuerpos de vestal por la pasarela y se nos ofrecen como epítome del sueño y el glamour enbragas de lentejuelas.

Y sí, todo resulta muy colorido y excitante,
pero son mujeres en pelotas utilizadas como reclamo para disparar el deseo ajeno. Lo de
siempre, pensaréis, y es lo de siempre y a nadie escandaliza
. Pero me pilla sensible, protestona y guerrera porque hoy a las 4.45h sonó el telefonillo y era ella: “Mamá, no me abre la llave del portal”. Y entonces la abrí, se acostó devastada, se durmió y yo amanecí de cuajo, el cuerpo entumecido, la madeja de ideas enredada.

Puede que ser feminista sea hoy, más que nunca, reclamar el sex appeal de nuestros cerebros. Mostrarlos, exhibirlos con descaro y sin ropajes que oculten la intrépida agudeza de nuestras intenciones. La negativa a abrasarse en debates donde el punto de partida sea la desigualdad de género sin rebobinar los porqués, los cómos y los cuándos. La letra pequeña de un contrato diabólico y falaz. Denunciar que unas bellísimas modelos en bolas se nos vendan como un espectáculo glamouroso y elegante de parque de atracciones  sin denunciar (además) que es un catálogo de carne con alitas para despistar a las moscas que revolotean con el único fin de devorar el manjar de leche y miel de muslos, pechos y cinturas elásticas, juncales y felinas.

Igual hay que preguntar a esos colegas que entrevistan a putas feministas por qué no les han preguntado qué pasa cuando un hombre (cliente, ese que paga y siempre tiene razón) te pide que hagas algo que te repugna o simplemente no te apetece. Qué hay debajo de tu discurso florido y militante. ¿Duele menos ser puta cuando lees a Proust, o porque en tu mesilla reposen los huesos y el aliento de una tal Yourcenar?. Qué queda de ti cuando una parte de tu yo más íntimo se vende al por menor. Qué querías ser de mayor cuando soñabas puro y los días eran largos y el sol templado.

Recuperemos el cuerpo. Nuestro cuerpo. Y ofrezcámoslo como y a quien queramos, en una intimidad gozosa con fronteras que elijamos nosotras, que pactemos en pareja o en trío o en manada si es lo que deseamos. Pero hagamos un striptease total, radical, intempestivo y militante de ideas, proyectos y ambiciones. Una orgía sin reglas ni tabúes  y eterna de palabras.

(Nos dijeron nena muestra tus muslos, insinúa tus curvas, guiña el ojo y sacude la melena. Compón ese mohín, hazte la débil. Lo hicimos, obedientes, y lloramos como un drama el fin de la tersura. Cuánto engaño. Ahora entiendo por qué detesto a las coquetas sin fuste, bobitas que se quedan en nada el día que no entran en su uniforme de majorette ajado. Y por qué no doy más bola a esos tipos que buscan silenciar tu discurso invitándote a una copa con sonrisa caimán)

No hay nada más sexy que una persona inteligente, honesta y libre, no descubro la luna. Nada más prometedor que la confianza y la intimidad de cuerpos ardientes, arropados en mentes que desean lo mismo, se buscan y completan.

Y luego están las putas, desde luego, Y siempre van a estar, y ojalá un día logren cimentar sus derechos, hacerse respetar, protegerse y poner sus condiciones, barbechos y tarifas. Pero que no nos vendan que es un chollo con coartada intelectual. No cuela. Y tampoco que desfilar en bragas con un sujetador de diamantes que pesa y que se clava es otra cosa que el reclamo de siempre y para los de siempre, envuelto en celofán y aplaudido por quienes hacen caja a cuenta del deseo y de la baba.

Los secretos se negocian baratos ahora“, escribe Günter Grass. El secreto ha cambiado de cajón, diría yo.