Mi querida Big-Bang:

Mucho antes que Lost in Translation ya había descubierto yo el encanto del aislamiento en un hotel. A mí me pones un albornoz blanco almidonado, un hilo musical de El Puma y un servicio de habitaciones y me pongo toda loca. La cosa es que llegas, te registras ansiosa porque el de recepción te tienda la dichosa ficha para la pasma local o, en mi caso, la Interpol,y suelte la llave. Ojerosa por el vuelo y la necesidad de soledad, te lanzas al ascensor. Con un poco de suerte, lo compartes con unos chinos muy majos que se limitan a sonreír bajo sus mascarillas de chino temeroso de los virus. Avanzas por el pasillo, te pierdes por el pasillo (eso yo, no el público en general) y al fin alcanzas tu puerta como quien corona la cima de un ochomil. Sudas. Sacas la tarjeta y…se enciende el piloto rojo.

En este punto te cagas en sus muertos, con perdón. Si encima estás en la planta décimosexta tendrás que volver al ascensor y, con un poco de mala suerte y pese a que estás en Shangay, te tocará un grupo de españoles gritones. Pones cara de: soy rubia, sólo hablo sueco, y haces como que no escuchas sus chascarrillos de español que viaja en grupo o, lo que es peor, de español adicto al touroperador. La recepción está petada y tú con tu maleta debes hacer otra cola, cuando en el aeropuerto juraste que nunca más esperarías un nanosegundo para conseguir la tarjeta de embarque.

Aguantas, tienes sed, con un poco de mala suerte hay un espejo de esos sepia que te devuelve tu cara cetrina y tu desdeñoso agotamiento. ¿En qué pùedo atenderla (otra vez) señora?. “Esta vez, señor, en darme una (puta) llave que funcione” . Por supuesto. Recuperas el buenrollismo universal y, con el trofeo de plástico en la mano, subes tu ochomil alborozada: “Esta vez sí que sí”. Se enciende el piloto verde. Entras en la habitación con el ímpetu de un GEO y te tiras en plancheta a la cama. Si es King size, la recorres a saltos y a revolcones. Si tienes el día tonto, te haces una foto y se la mandas a tus amigas, para ponerles los dientes largos. Si hay un macizo dentro, lo fotografías y cuelgas la prueba en todas las redes sociales (esto último aún no se ha dado, pero no pierdo la esperanza, a Scarlett le fue bien con Kevin Spacey).

Lo que sigue es conocido: inspección del mueble bar; inspección de la bañera; inspección de las amenities (ay, sí, que son de Bulgari, dios existe!!!!!), inspección de tus cejas en el espejo de cien mil aumentos que te devuelve pelos donde la genética no los plantó; inspección de los cajones, para comprobar que está la libretilla de hotel con su membrete y todo. Inspección de los armarios, por si una marquesa olvidó su collar de esmeraldas y…¡inspección del menú, ese momentazo”. May I have a piece of foie, mineral water, fuit salad and a huge ice cream? balbuceas a la china del teléfono. Y, sí, quince minutos después llaman a tu puerta y entra un carrito con mantelillo blanco, manjares y flores!!!!!. A mí que el servicio de floristería esté incluido en el de habitaciones me hace llorar de ilusión. Aunque a veces sean de mentirijilla.

El remate de todo es el albornoz blanco con sus zapatillas a conjunto y el mando a distancia en tus manos, que nadie te arrebatará. Ahora sí, es tu momento. El tiempo se para. Enciendes la tele, te quedas frita de felicidad y agotamiento.