A Minichuki los besos con lengua le dan asco, vergüenza, sobresalto. Un rechazo diría visceral, atávico, sonoro y militante.

Desde ayer, además, tiene un sólido argumento científico para rechazarlos. Ochenta millones de bacterias se intercambian en cada beso variedad tornillo, según un estudio holandés. Más que toda la fauna del Serengueti, más que un hormiguero marabunto y cabreado. Y en un lote, un revolcón, calculo, les da tiempo a colonizar y construirse confortables apartamentos amueblados entre las muelas del juicio y el velo del paladar.

Su hermana, adolescente en fase II (es decir, pasada la etapa de la furibundia pero no la de la canción protesta) no dice ni que sí ni que no,  y yo miro de reojo tratando de adivinar cuántas bacterias albergará esa boca plagada de mohínes de ensayo general como mujer. Igual que la piel tiene memoria del sol, ¿la lengua recuerda cada tiento, cada impulso mojado, cada invasión germánica, vikinga, afganokosovar?

Hubo besos  pellizco, y besos ostra húmeda, viscosa. Hubo besos furtivos, laterales. Besos milagro tras una cortina en una fiesta. Y besos cenicero, y besos revolución, y besos secos. Y el apunte contable del primero, y del último frío, cortés, en la mejilla.  Y besos inventados. Y besos protocolo. Y un diario de besos que alguien escribió así:

El beso protocolo

P { margin-bottom: 0.21cm;””Besarle era besar a un muerto, a un semicadáver de seis horas. La boca
fría y tumefacta. El aliento apenas perceptible, un estertor de
oxígeno viejo y cada vez más dióxido de carbono, dulzón y venenoso. La carne, sin
vigor de juventud, tratando desesperadamente de recordar cómo era el
latigazo o el incendio. Buscar su boca, arrastrarse hasta su cuello, irremediable. Ser gélidamente cortés. Matar de distancia
. Resucitarle o batirse en retirada. ¿Qué hubiera hecho Frankenstein, querida Mary Shelley? 
A Minichuki, en general, le gustan tanto los monstruos como le repugnan las babas. Los fluidos. La humedad oscura, el charco, el lodazal. No quiero ni imaginar lo que dirá cuando se entere de que el sexo oral no es exactamente hablar de sexo. Y entonces vendrá a mí, enardecida, y terminará preguntándome si yo hago esas cosas y con quién, qué zapatos llevaba ese día, si me lavé después, y antes de que responda, tal vez sobrecogida de pudor, estará buscando un video chulísimo en su smartphone, y las babas habrán pasado al segundo, tercer o cuarto plano. Y el día que le invada la primera horda de bacterias no me contará, ya lo supongo. Y si la pillo en un banco, cerca de la casa, con un ejército invasor entre los brazos, tendré que hacerme la madre loca, la madre ciega, la madre invisible y olvidadiza.

Besarte era besar un alacrán. Un sobresalto puntiagudo. Calor en el desierto.
Besarte era volver a la trinchera, firmar un armisticio. Bailar sobre una tumba. 
Besarte, solo a veces, era musgo. Y a veces hoja seca. Pizzicato.
Anotación imprescindible: Hasta 700 especies de Streptococcus, Rothia, Neisseria, Gemella, Fusobacterium… viven en nuestra boca.  Con esos nombres hay que pensárselo muy bien antes de soltar la fauna ansiosa, devoratriz, y abrirse a fauna ajena. 
O puede que no tanto… (You must remember this, A kiss is still a kiss…)

Nota 2: Uno es preso del último que le besa. Y pasan días, con sus noches, y pasan meses. Y la Bella Durmiente se seca en su urna de cristal. ¿Hay besos Charles Perraut y besos Disney? Consultar bibliografía al respecto.

P.D. Recopilación para entretener a Minichuki cuando haga preguntas incisivas sobre el asunto:
  • “En Hollywood te pagan mil dólares por un beso y cincuenta centavos por tu alma.”
  • “Un beso es una encuesta en la planta alta para saber si la planta baja está libre.”
    • Robert Lembke (periodista y locutor alemán)