Minichuki&el caballo

(Ayer un tren de cercanías mató a dos caballos de mis amigos G. y M. Toda la nobleza de esos animales bellos masacrada entre raíles, hierbajos aplastados y piedras rotas. Se llamaban Pandora y Dakota. R.I.P.)

Hay un viejo pulgoso en este pueblo que excita a sus perros -sucios y malhumorados como él- para que ladren y atemoricen a todo el que pase por su calle. Nosotras hace tres años que dejamos de atravesar la vía pese a que es nuestra ruta natural, por puro pánico. El otro día el endemoniado nos sorprendió acariciando a su caballo, que pasta en un prado contiguo al nuestro. Iba con uno de sus chuchos. Salí de mi cuerpo, envalentonada,  y me escuché reprocharle la actitud de sus animales (que es la suya).

-¿Qué pasa, que en Madrid no hay perros?, ladró.
-Sí, pero no nos asustan como los suyos…
-Si no ladran, ¿para qué quiero perros? (¡¡¡guay, guay!!!)
-¿Para que le hagan compañía?

El hombre me miró con un relámpago de furia en sus ojos azules. Iba sucio, como siempre. Iba solo, como de costumbre.  Sus perros están sucios y están solos. A veces se tumban en medio de la vía en una exhibición de territorialidad tan impertinente y humana que da miedo. Nosotras, que en coche sí nos atrevemos a pasar, contenemos las ganas de pisar el acelerador y llevarnos a los bichos por delante. Además, quien merece el susto, en todo caso, es el amo de mirada de acero.

Para desconcertarlo, suelo saludarle con una sonrisa desde el coche. Las Chukis me reprochan el gesto. “No hay nada como brindarle educación a un maleducado -explico- Se desactivan, se humanizan a la fuerza”. Y tras la lección de pedagogía sobre el terreno, pasamos a debatir si el hombre tendrá familia, si será un viudo que perdió la cabeza al perder a su mujer, si los hijos le odian y las nueras rezan por su muerte… Y así, entre conversaciones simples,  han pasado los días pegadas a esta Tierra. Y llega la hora de volver a ser asfaltícolas y cambiar caballos por semáforos. Y ponernos a soñar durante el curso con el reencuentro, con si el viejo tenebroso seguirá vivo o los chuchos lo habrán devorado mientras dormía, ese final dantesco y novelero que imagino.

(Ayer  G. me contaba al borde del llanto cómo tuvo que ir a buscar una grúa para recoger los despojos que sus queridos caballos. Lo feliz que era montándolos. Y era la bondad, la del buen hombre y su amigo animal, hermanados, las crines al viento).

Uno es como es con los animales, los viejos y los niños. Ayer mi adolescente me confesó alborozada que había descubierto que a Tortu le encanta que le acaricie el cuello prehistórico y rugoso y se pasa ratos practicando.  Minichuki, mientras, lloraba desconsolada porque las dos crías de gatitos que vivían en casa habían desaparecido dejando un sospechoso rastro de sangre. Para demostrarlo cogió la lupa heredada de su abuelo y me condujo de la mano deteniéndose en cada mancha roja, entre pucheros y lágrimas. Sentí algo parecido al orgullo ante esa doble exhibición de respeto y cariño por los seres vivos. Sentí compasión por ese viejo sucio y su tormento.

Hoy pienso que es una suerte regresar aquí y contemplar tan de cerca los ciclos de la vida y de la muerte, lo salvaje y primigenio sin la asepsia urbanita. En unas horas nos despediremos de todo: amigos, animales y montaña. Hasta el año que viene. Lord Byron aúlla entre los escollos de su playa y el cielo barrunta otro día de agua y esperanza. Huele a vida.

P.D. La banda sonora no coincide exactamente con el territorio, pero espero se me admita la licencia. No deja de ser Norte…