Mi querida Big-Bang:

Me rechiflan los dardos envenenados. Esa habilidad que tienen algunos para hundirte cuando en apariencia te piropean. A mi amiga O. le pasó el otro día. Estaba en una fiesta con un alto ejecutivo. Gay, en este caso. La típica escena de sofá. Y él se refería a lo que piensa de mi amiga, que le escuchaba absorta con su modelazo de Gucci y los labios rojo sangre. “Como le digo yo a todo el mundo, glamour no tendrá por fuera O., pero lo que es por dentro…le sobra”. Imagino que ella se sobresaltó y pegó un respingo apenas perceptible, porque es una señora. Imagino que cogió su gin tonic estrangulándolo. Imagino que, si hubiera podido, se lo habría echado encima del traje vintage de Hedi Slimane al capullo desalmado. Y todo ello sin perder un ápice de su inmenso glamour interno.

Anoche ensayábamos nuestros dardos por si nos encontrábamos a alguna loba tiñosa y descalatogada. L. lo tenía claro: “Podemos decir: hay que ver qué mona estás con estos kilitos de más…”. Después, nos daríamos la vuelta justo antes de que nuestra víctima se ensañara. Porque nosotras somos chungas más en el plano teórico, pero cuando saltamos al terreno de juego nos arrugamos como conejillas con mixomatosis.

Mi madre, que es encantadora, se ahorra la simulación de piropo y va al grano: “Hija, te mueves en ambientes muy frívolos llenos de gente estúpida. A ver si cultivamos más otros terrritorios”. No comprende que mi dura vida social es un accidente en el camino, que en mi clutch de strass siempre llevo un libro de ensayo duro en el que subrayo sentencias demoledoras para petardas chungas que pueda encontrarme en el baño de alguna fiesta.

Aunque últimamente son más petardos. Desde que los antros modernos han fundido el baño masculino con el femenino -copiando a Ali Mac Beal- compito con tíos que se aferran al espejo como mejillones en roca. Si hay algo que me baje la libido es un hombre haciendo mohínes, atusándose el pelo y sonriéndose a sí mismo mientras deja lo de lavarse las manos para otra ocasión. Dirás que es un ramalazo machista, pero no recuerdo que Bizcochito rivalizase con Ali, y mi madre, la que me llama frívola, siempre censuró la coquetería. De ahí que mi hermana y yo nos arreglemos en 5 minutos y de reojo. Una tara como otra cualquiera.

Remato con uno de los comentarios aparentemente amables que me han dolido últimamente. Alguien a quien quiero me dijo que no me invitaba a sus saraos “porque mis amigos hablan todo el rato de música o de filosofía, y tú vas a sentirte desplazada”. ¡No te jode! (con perdón). No sabe que para llegar a donde estoy he tenido que medirme con la intelectualidad más espumosa; tragarme conversaciones absurdas con lacanianos borrachos; memorizar tres o cuatro conceptos sobre fractales para seducir a un matemático y quemar la noche con un celebérrimo ex guerrillero del M-19 al grito de su consigna: “con el pueblo, con las armas, al poder”. Lo que, por cierto, le ponía cachondísimo.

Moraleja: si no tienes nada agradable que decir, habla del tiempo, como todo el mundo. Y por favor, que alguien vuelva a separar los baños de hombres y mujeres. Hay ciertas cosas que una mujer, aunque sea frívola, no debería ver jamás.