Nunca fui Rafael

En mi nuevo yo con IVA del 21% debo reconocer que Rafael, el pintor, no me conmueve.

Cierto que fui al Prado en una mala tarde; cierto que había demasiada gente. Cierto que cometí el error de alquilar una audioguía donde una mujer aséptica me daba indicaciones asépticas de lo que debía mirar, lo que impedía que mis ojos vagaran por los lienzos a la remanguillé. De las vírgenes a los niños rollizos. De los bustos a los retablos.

Las audioguías se inventaron para impedir que la emoción ante un cuadro te desborde. El IVA en la cultura, para que dejemos de ir al cine y seamos un 21% más desmemoriados.

A la salida del museo me metí en Los Jerónimos. Esa iglesia pomposa donde los novios con ínfulas se fotografían en sus escaleras flamígeras. Y me quedé fría. Escribí a un amigo: “Creo que hoy debo abandonar las ambiciones culturales y chutarme las cuatro entregas de Torrente”.

Así que me dirigí al Retiro a pasear mi desafecto emocional, y entonces sucedió. Un señor maduro, en bermudas y sin camiseta me soltó una obscenidad de tal calibre sobre lo que me iba a meter y dónde, que entendí el sentido de la frase: “Cuidado con lo que deseas, no sea que se cumpla”. Torrente se había hecho carne justo después de que yo rechazara a Rafael y a sus desmanes renacentistas. Y entonces añoré el retrato del joven que toda la vida hemos pensado que era el pintor, con unos cabellos tan bien resueltos que lamenté no haber acariciado minutos antes.

Pero todo tiene solución y ayer la insensible que me habita fue a ver a su amiga B. y a sus dos bebés. En el coche, de camino, mi querida A. me regaló una de esas frases libres de impuestos que me ha dejado suspendida en una órbita toda la noche: “Llevo veinte años sin que un hombre me diga que me quiere”. 

Pensé que el amor explícito es gratis y, sin embargo, a veces se vende caro. Hasta que llegamos al encuentro de nuestra amiga, increíblemente guapa tras parir dos mellizas, y las abrazamos y A. y yo cogimos a una bebé cada una y dejamos que pasaran los minutos con el palpitar de esos cuerpecillos de dos meses, fascinadas con cada movimiento, cada sonrisa y cada mueca. Como dos madres babosas que hace tiempo que dejaron los biberones abandonados en un parque. Y fue conmovedor, y aún retengo el olor a galleta y a colonia de Iris. Y con tanta emoción A. y yo terminamos en un restaurante oriental compartiendo una sopa miso y una bandeja de sushi como dos buenas hermanas, contentas de ese regalo sin IVA ni impuestos directos que es nuestra amistad.

Y si nada lo remedia hoy desearé que septiembre sea un junio venido a más, la promesa de un otoño con cambios y sin audioguías que me ordenen el cauce de la mirada. Y el próximo cerdo que se acerque a volcar su basura testicular en mis oídos ya puede prepararse. Ensayo una patada con todo su IVA que se va a quedar tiritando.

pd: Hoy la música tampoco acompaña a la letra. Una rebeldía extra para estrenar el mes de la vuelta al orden y al concierto. (Además es uno de los hits de las Chukis y mío cuando vamos en coche)