La madre Pocahontas ha subido al autobús con su resignado niño de la mano, embutido en su verdugo azul marino, se ha hecho fuerte en el asiento de la tercera edad y los tullidos (creo que ella es tullida intelectual, de ahí que elija el sitio con tanta determinación) y ha mirado a su alrededor hasta localizar a una semejante con la que pegar la hebra.  Hoy tenía ganas de casquería y se ha inventado que había soñado su parto.

A las mujeres que hemos sido madres el parto nos da para unos buenos quince minutos de relato, bien urdido de términos sanguinolientos como “pujos”, “petequias”, “epidural” o -este me chifla, porque lo encuentro encantadoramente vetusto- “cuarentena”.

-Durante la cuarentena me tiraban los puntos por ahí abajo (hace un gesto hacia la zona, por si dudábamos) y mi marido me los curaba y secaba con secador de mano.

Todo el autobús hemos imaginado a esta mujer de metro y medio abierta en canal con un señor a sus pies blandiendo un secador de mano. El chorro de aire caliente, porno de cuarentena. Y nos hemos llevado las manos a la cabeza, o al teléfono móvil en busca de una imagen que lavara la visión apocalíptica de esa apertura de piernas tan poco Sharonstoniana. A su lado, el pequeño Iván hundía abochornado la cabeza medio sepultada en el verdugo, sin duda acostumbrado a las conversaciones de su madre, deseando cumplir los dieciocho para salir por piernas de un matriarcado asfixiante y lleno de detalles escabrosos más propios de un sex shop de barbería que de una familia de clase media que muere y mata por pagar el colegio privado de su idolatrado vástago, y que suspira ante la idea de perder el derecho a la mano y al asiento de autobús.

Por no mencionar el día del verdugo. Ese momento en el que el pequeño Iván le diga: “Mamá, te vas metiendo el verdugo por el mismo sitio por donde papi te metía el secador en la cuarentena”.

Sí, soy malvada y Lucifer me espera en el infierno frotándose las manos. Pero esa mujer mediana ha conseguido convertir los tres minutos de secado de pelo que me permito algunas mañanas en un verdadero trauma. A partir de ahora daré al botón y pensaré en ella tumbada, en su voz aguda dándole órdenes a un pobre hombre con verdugo azul marino que dirige el chorro de aire de un secador siniestro hacia ese lugar que el postparto convierte en Sarajevo after bombardeo.

Y eso son daños colaterales, se mire por donde se mire… (por ahí, sí,,,)