Antonio Pérez

Me gusta entrevistar a viejos sabios. No digo ancianos porque la palabra incluye cierta carga de compasión condescendiente amparada en el respeto, y yo a los viejos luminosos los respeto mucho. Las reflexiones pasadas por el poso de la vida son como esos vinos añejos que se quedan a vivir en tu paladar. El “retrogusto” tan cacareado de los esnobs que tiran de andamiaje palabrícola cuando quieren presumir de saber de vinos.

Me gusta leer a los viejos que beben vino y se expresan sin solemnidades fatuas. Y dicen cosas como las que dice el compositor Michel Legrand. 84 años. Tantos círculos en su tronco rugoso y tan fecundos. Que se acaba de casar con un antiguo amor y así lo justifica:

Cuando eres joven no sabes que eres joven y lo desperdicias. Cuando eres viejo pero sabes cómo ser joven puesto que has vivido, eres joven con la cultura y la reflexión. Para mí, esa es la auténtica juventud“.

El domingo le leí en voz alta esta respuesta a mi joven hija de 19 años, y ella aplaudió con su escueto reconocimiento hecho palabra: “Mola mucho”. El desperdicio forma parte de la juventud como el ahorro se adhiere a la madurez. Al atolondrado que es uno cuando piensa que el tiempo es infnito le sigue el ser consciente de que esto se acaba y cada segundo cuenta. Y este vacío sólo puede ser gozoso con la curiosidad como motor y los proyectos.

“Soy muy curioso. Y quería probarlo todo. Cuando salí del conservatorio podía ser concertista de piano o pianista de jazz, podía escribir música clásica…Podía hacer lo que quisiera. Así que decidí hacerlo todo”, dice Legrand, que asegura que necesita cambier de disciplica cada diez años para evitar perder el interés.

Museo Arte Abstracto de Cuenca

El compositor, cantante, director de orquesta, pianista, cuenta que en un encuentro con Ígor Stravinski éste le regaló una confidencia: “Cuando eres un verdadero creador no sabes muy bien lo que haces“. La ausencia de red, de apoyatura, el vértigo asumido como punto de partida también es juventud, me parece. Y una tersura intelectual que le quita mucho hierro a las arrugas y al fin  de la firmeza.

El joven viejo que ha vivido y aprendido carece de arrogancia, ese disfraz molesto. Respira sentencias con la naturalidad de no tener que impresionar al respetable. Y luego están esos ancianos que se han rendido y reducen su interés a dos temas: la salud y la comida. Y se quejan por todo y fulminan al joven por ser joven, con la lógica envidia del que estuvo allí y no volverá jamás.

Ayer en una comida el azar quiso sentarme junto a un político muy cordial que conoce a un hombre al que yo admiro hace tiempo: Antonio Pérez. Un artista, poeta, editor, mecenas…Recolector de objetos asombrosos. Un tipo que montó un museo en Cuenca -la Fundación Antonio Pérez que es un parque de atracciones donde el arte contemporáneo, el juego, la ausencia de complejos te garantiza unas sensaciones mucho más poderosas que las de la montaña rusa. Mi compañero de mesa me dijo que este hombre, viejo (esto lo digo yo con todo el respeto necesario)   no ha renunciado a la intensidad de la vida ni a sus retos. Y que se toma cada día su gin tonic: “Si pasas el sábado por xxx te lo encontrarás”.

Ai Wei Wei

Le dije que un día, hace ya años, saliendo de ese museo, entusiasmada, me topé con él pero me dio vergüenza molestarlo. Este fin de semana vuelvo a Cuenca, a ver la remodelación del Museo de Arte Abstracto que ha hecho Juan Pablo Rodríguez Frade, un arquitecto nada arrogante responsable de la remodelación del Arqueológico de Madrid entre otros muchos trabajos brillantes. Además contemplaré lo que Ai Wei Wei ha perpetrado en la catedral, y comeré torreznos y caerá algún gin tónic. Y si el azar me vuelve a poner a Pérez cerca me acercaré a saludarle con todos los respetos. Y a decirle que de mayor quiero ser vieja al estilo Stravinski. Al estilo Legrand. O a lo Pérez, que suena más castizo.