Me pregunto qué pensará Josep Pla de la publicación de sus diarios ínéditos (1956,1957 y 1964 ed. Destino), íntimos hasta la víscera, en los que expone su miseria como en un escaparate (culto) del Sálvame. Alcoholismo, sexualidad desbordante, menosprecio de sí mismo y todo un catálogo de llagas sanguinolientas que el autor del “Cuaderno Gris”  exhibe desnudo, macerando su yo en sus propios y corrosivos jugos.

“Esa chica tiene razón. Me lo he perdido todo -he sido un animal-. Mi tendencia a la ternura me lleva, para huir del ridículo, a la dureza y al desenfreno“, dice en un momento, y me conmueve. O “Coñac, no tengo remedio“, en otro (la lectura es, para él, un “contragolpe del alcohol”. Interesante).

Estudié a Pla en un curso de Diario personal y me apunté “El cuaderno gris” en la lista de libros que debía leer antes de morirme. Junto con los diarios de Amiels, Andrés Trapiello o Gil de Biedma. Me di cuenta de que había leído muchos más diarios de mujeres, y también que en la infancia del Cuéntame el diario era un regalo para chicas. Como si a nosotras abrirnos en canal nos resultara más fácil y natural que a ellos.

Los diarios de mi niñez eran un reclamo de cursilería y ocultismo. “Querido diario“, rezaba el encabezamiento. A menudo las tapas eran rosas y los lomos dorados, como una invitación tácita a la confidencia azúcarada. Pero lo más interesante de todo era el candado y la llave. Eso que dotaba de misterio y convertía unas líneas carentes de interés en codiciado botín de tus hermanos. Como si cualquier intimidad de una niña cursi de diez años fuera la semillla de una Virginia Woolf, una Sylvia Plath o una Alejandra Pizarnik.

Una niña con un candado se convertía automáticamente en escritora y en guardiana del deseo ajeno. Y un niño coetáneo en filibustero a la caza del tesoro. Y así crecimos, garabateando tonterías sobre si me ajunta o no me ajunta, me quiere o no me quiere, alimentando el onanismo pseudoliterario y la fantasía de la violación. ¿Llegaré a casa y estará el candado roto?

Dicho esto, confieso que nunca tuve uno de esos diarios. Mi rebeldía congénita me hacía invadir cualquier superficie blanca y doblar muchas veces el papelito, hasta convertirlo en una pelota minúscula que nadie vulneraría, a excepción de la aspiradora.

Y ahora siento un interés creciente por la lectura de los diarios de todos esos hombres educados para ser Alibabás y que un día terminaron derramándose en un papel. Estrujando su dolor, su incomodidad con el mundo. Eso que se suponía tan naturalmente femenino. Y es un alivio saber que todo hombre, por sólido e irrompible que pueda parecer, oculta una o varias grietas sangrantes y a veces las confiesa sin llave y sin candado. Y una se enamora de ellos cuando se exponen sin armadura. Dolientes, confusos, vulnerados por el azote de la vida. O exultantes de gozo, apasionados. Como nosotras, pero sin el banco de pruebas que fue el diario de infancia.

Querido diario. De hoy no pasa que me regale El cuaderno gris de Josep Pla. Un hombre que desnuda su alma es mucho más excitante que uno que sólo desnuda su cuerpo. Debo hablar de esto con las Chukis. Urgentemente.