Hopper

-¿Te gustan los domingos?
-No, de hecho me  dan miedo los domingos…

La primera conversación entre dos no solemos recordarla. De lo poco que recordaba de Cosas que nunca te dije (Isabel Coixet, 1996) era que Ann y Don no hablan de nada cotidiano, salvo que sea falsamente cotidiano. Los domingos les dan miedo a las personas sin futuro. Hace veinte años yo estaba embarazada -no hay nada más futuro que la gravidez- y fui al cine un domingo. Salí con esa sensación indie de haber visto un cine español diferente, sin tentaciones costumbristas  ni diálogos explícitos, alumbrados con escuadra y cartabón.  Me gustaron los actores en su laberinto -magnífica Lili Taylor– la luz envuelta en neblina, la desolación de esas lavanderías con neones decadentes, la condición de seres afectados de protagonistas y secundarios. La textura tan Hopper de esos diners. La música de Tom Jones.
Me gustó que fuera en inglés porque era el idioma que le iba a la historia. Me gustó el bisturí valiente de la directora catalana.

No percibí entonces, y ayer sí, ciertos toques almodovarianos (el personaje de la mujer que es un hombre y se amputa el sexo por amor o el mensajero que no entrega las cintas de video de Ann y besa con morbo la imagen de ella en la pantalla de su televisor, se me ocurre).

No me di cuenta de algún diálogo que hoy, veinte años después, encuentro algo sobrado de intensidad, pelín efectista y de carpeta adolescente, me parece (pero puede que sea yo, veinte años más vivida y arrancada):

-¿Qué le pasa?
-Cuando somos felices no nos damos cuenta.

(A Coixet, en adelante, la atacarán también por este flanco cuando quieran darle duro. O por el “sentimentalismo”, eso que se les reprocha a las mujeres que cuentan historias, rara vez a ellos o ninguna).

Vuelvo al asunto.

¿La última conversación que cruzamos con alguien es la importante?. No sé, pero sí es la más difícil porque asume el riesgo del empujón al precipicio. O el pecado de la irrelevancia, o de la vulgaridad. A veces conviene no rematar, guardar silencio. O decir solo adiós. Bye, bye en Coixet.

Si me preguntas si me gustan los domingos, responderé así:

“Me gustan los domingos, arrancarlos temprano con urgencia de lunes, pero sin esa prisa de una agenda prescrita. No sentir el impulso de lavarme enseguida, estirar el instante del pijama y la arruga de la almohada en la mejilla, apurar más despacio el café. La euforia del tiempo disponible, los periódicos después de correr por el parque desierto. Subirles churros a mis hijas. Cocinar algo rico con olor a laurel, a cebolla y a vino; las ventanas del patio abiertas igual que los sentidos. La siesta en el sofá con la tele encendida y susurrante. El cine o la lectura de después, el paseo bien frío del brazo de M.J. Un domingo es eterno si se sabe administrar. Si el lunes no da miedo. Si te cuentan historias que te mantienen en vilo, si no termina en tablas.

Cosas que nunca te dije“, ayer viernes, no me impresionó igual que entonces, pero sigue siendo magnética. Habla de lo que perdimos, ese asunto crucial. De seres a la deriva que a veces se encuentran y suman melancólicas certezas. De asuntos pendientes. De tipos que te encuentras en un bar. De esos otros que ayudan a los demás en un desesperado intento de no mirar las señales de socorro de sus almas. De mujeres abandonadas. De la “pareja estable”, esa entelequia. Del milagro que a veces es el encuentro de dos desconocidos cuando prende eso tan extraordinario, único e íntimo que es una buena conversación. La primera de muchas que vendrán y tal vez caerán en el olvido.

 -¿Sabes que Marilyn Monroe se creía invisible hasta los 12 años, hasta que le crecieron las tetas?.
-Yo también me creía invisible a los doce años.

Podría dividirse el mundo entre las personas que aman los domingos y los que los temen. Eso creo.