Una de esas páginas de descuentos de infarto por Internet me ofrece una operación a corazón abierto al 70%. Una oferta que no debería rechazar. 

A cierta edad, digamos en torno a los cuarenta, el corazón necesariamente acumula duelos y quebrantos. Y si no, no eres nadie. Tú vas a una inspección técnica de salud y como mucho te miden los latidos. Te toman el pulso, si quieren hacerlo más de andar por casa, y como el músculo late, dan por hecho que está bien.

-De latir mi corazón se ha parado, le dices al doctor. Una arritmia leve, pongamos, pero manifiesta. De ahí que no soportes la visión de las ratas ni los deshaucios. Claro que cuando la viste no se estilaba lo de poner en la calle a las familias con impagos. Al menos no salía en los periódicos dos veces por semana.

-Verá, el corazón no se para así por así… te dice el señor médico mirándote con cara de “voy a extender un volante para otro especialista, el del cerebro, que lo mismo ahí sí hay faena…”

-Ayer se me detuvo el corazón, lo juro, insistes. Fue en un viejo lobby de hotel, quizá en París, con butacas forradas de terciopelo azul plomo y entre dos tertulias de viejos de no menos de ochenta años. Todos con sonotone. Todos con traje y corbata, como caballeros de otro tiempo.

Si te ofrecen una operación a corazón abierto debes asegurarte de que tu corazón deje de latir en ese instante. El plan renove cardiaco, podríamos llamarlo. Tú llegas, te meten una aguja del carajo -dijo él- y al rato eres más feliz que Michael Jackson en la noche de autos. En gloria esté.

Entonces las manos del cirujano extraerán cuidadosamente el órgano y lo dejarán caer en una bandeja metálica previamente esterilizada. A cámara lenta, no sea que se lastime la válvula de un ventrículo. Allí, yaciente, la víscera latirá sola un ratito, oreará sus lamentos, se hinchará de amor y pedirá pista para volver a su habitáculo. Mientras tú recuperas con el tórax abierto las ganas de saltar a la comba y de besar blandito en los labios y de pintar de una vez las paredes de tu casa.

-Así que quiere que le extraiga el corazón…
-Sí, hágalo y luego me lo pone oxigenado, le mete sangre fresca y me baja un punto o dos las pulsaciones para que vivir no agote mi conciencia.
-Eso está hecho. Y ha tenido suerte. Hoy la extracción y puesta a punto tiene el 70% de descuento.

Una oferta que no se puede rechazar.