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Alcornoque con vocación de encina
1.Suelo confundir cuesta con pendiente,
encina con alcornoque, cepa con parra y abeja con avispa. Hasta ahora
he sobrevivido a la confusión sin más consecuencias que cierta
zozobra social de poca monta, y ser corregida con mayor o menor
vehemencia. Al menos ya no confundo embalse con pantano. Hace años que sé que uno es resultado de la mano del
hombre y otro del capricho de la naturaleza. O eso creo.
2.Un enjambre de ¿abejas? ha horadado
el tejado de D. y revolotean amenazantes por lo que iba a ser nuestro
rincón del desayuno. Resulta irónico que un animalito de poco más
de un centímetro frustre los planes del hombre. Pero la venganza
está servida porque Greenpeace asegura hoy que la mayoría de los
panales están contaminados. Las venganzas de los estúpidos suelen
ser así. Fastidiar al otro aunque te envenenes tú.
3.Todas las películas disponibles en
esta casa tienen animales en la cubierta. Perros en
su mayoría. El entorno es salvaje y naif como una de Lassie, y cualquier
esfuerzo por intelectualizarlo es tan absurdo como tratar de silenciar el gorjeo de
los pájaros.
4.Llega el señor de las abejas. Eran abejas. ¿Podemos echar insecticida? Negativo. “Son especies
protegidas”, dice el hombre, que ha entrado fingiendo no darse cuenta de que estábamos en pijama y con los pelos disparados. “Hay que llevárselas bien temprano de
mañana, porque luego aprieta la calor y se enrabietan”.
5.Arranqué “Harriet
(Elisabeth Jenkins. editorial Alba) anoche tras encontrar el
ángulo exacto de lectura. El libro fue editado en 1934 y parece
haber sobrevivido muy bien a los embates del tiempo. Lo más curioso,
las descripciones de la belleza femenina, que nunca es convencional ni perfecta, sino que se detiene en eso que tiene de excepcional una cara vulgar, un arco del cuello o unas caderas dulces y generosas. Sin embargo escojo la visión de un hombre bajo la mirada
de su mujer: “Cuando lo miraba, no pensaba que era el hombre más
atractivo que había visto en su vida: sencillamente no era
consciente de haber visto a ningún otro. (…) Patrick tenía dos
lunares debajo del párpado izquierdo que Elisabeth ya le habría
borrado a besos si no fuera porque estaban allí por voluntad de la
mano indeleble de la naturaleza”
.
Elisabeth Jenkins, leo, se relacionó
vagamente con el grupo de Bloomsbury pero no simpatizaba con Virginia
Woolf
. Entiendo que no debía ser fácil entrar en esa hermandad de
genios excéntricos donde las fronteras del sexo y el equilibrio mental estaban tan difuminadas. Así que a cambio se conformó con fundar la
Jane Austin Society. Murió en 2010 y en su obituario de The
Telegraph se lee: “El talento especial de Elisabeth Jenkins en sus
novelas fue la descripción de la victimización de frágiles
personajes que inspiran simpatía, a manos de gente que lo único que
tiene de memorable es la crueldad”.
P.D. ¿Matar abejas es cruel?
P.D.2. ¿Cómo es posible que no haya
sabido de la existencia de Jenkins hasta que hace unos meses mi
querida B. me la hizo llegar con un mensaje que decía: “esta es de
las que a ti te gustan, ya verás”. Tan Austin, tan moderna pese al
paso de los años. Esa pátina divina de las buenas letras…
P.D. Me declaro partidaria de la belleza menos obvia, como Elisabeth. Esa que ves y que  te ven los que te quieren y se detienen en el detalle que no caduca con los años, con los días, con las horas.