Ganjes

Ayer vi a un hombre nadar en el estanque del Retiro: Hoy dudaría de esa imagen fantasmagórica de no ser porque iba doblemente acompañada. El hombre tenía una larga melena blanca y caminaba perezoso como un eremita falto de proteína animal, de carne roja. Más que nadar, braceaba destartaladamente y cada poco elevaba los brazos hacia el cielo sin luna cual peregrino del Ganjes. Madrid era Bangladés.

Luego, llegué a casa, me acosté con Robert Louis y le abrí las tripas al azar: “El drama es la poesía de la conducta; el romance, la poesía de la circunstancia”. Y luego me fue susurrando con puntillosa precisión sobre los “apasionados patinazos y titubeos de la conciencia”, el choque de espadas o la diplomacia de la vida.

Yo quería contarle que un hombre de edad indefinida y falto de tono muscular se había tirado al Ganjes más puerco de la capital con nocturnidad y sentido del espectáculo. Él musitaba una respuesta nada desencaminada: “Hay lugares que hablan claramente. Ciertos jardines fríos y húmedos piden a gritos un asesinato (…) Ciertas costas están puestas ahí para que se produzca un naufragio”. O un ahogamiento.

Sí, mi amor, hay naufragios de luna con el cielo apagado, y estatuas que escupen chorros plateados a la orilla del lago de Frankenstein, cerca de la Puerta de Alcalá. Robert Louis, extasiado, escucha sólo al bies, pero se le perdona. Un hombre interesante, docto y preciso,  es difícil de encontrar. Y él cita a Aquiles, a Ulises, a Robinson Crusoe. Y yo no sé cómo se llama el misterioso nadador, ni sé por qué lo hizo. Bañarse en esa mugre a esa hora borrosa en que no sabes dónde te metes, está oscuro. Y cabe imaginar que en su batir de piernas chocaba con los barbos, con los restos de pan y de patatas fritas. Con las deposiciones y los vómitos. Con los escupitajos. Y el hombre ni se altera, y el público tampoco. Y la brisa de septiembre convierte la escalera en un teatro romano, rosa rosae, quosque tandem Catilina…

Y mi hombre de papel a lo suyo, como se espera del artista: “Hace falta mucha inteligencia para escribir una novela sin ninguna historia”. Y mucho morro (le digo). Ahora habla de Clarissa Harlowe: “Clarissa es un libro de trascendencia sorprendente y superior, trabajado sobre un lienzo con inimitable coraje. Contiene ingenio, carácter, pasión, trama, diálogos llenos de espíritu e introspección, cartas llenas de relajada humanidad…”.

Apunto, trabajosa, Samuel Richardson. Esa cadena/condena de lecturas. Me angustia pensar que no llegaré. Que si abandono a Robert mi ansiedad descenderá. No es un compañero cómodo, ya lo advierto. Todo el rato me recuerda lo mucho que me queda por saber. Una sola página suya contiene el hallazgo, la peripecia, tres citas necesarias y un forcejeo epistolar. No esperes el cariño. La pasión del abrazo. Droga para el cerebro, necesidad de más. Lo que es un buen amante. Y no te da patadas en la cama.

Y a cambio le regalo las migajas del nadador del Ganjes. Me dice que adelante, que qué viene después. ¿Conducta o circunstancia?. La bola en mi tejado, y un bostezo.
“La situación se anima con la pasión, la pasión se sustenta en la situación”. Cállate ya, querido Robert Louis. Una dama necesita un respiro de tanta intensidad y tanta envidia de palabras. Durmamos unas horas. El sueño como ese estanque negro y bello, las pesadillas como barbos con tripas llenas de petróleo y vómito de turista que subió a una barca, cuánto incauto.

Ingenio, carácter, pasión, trama… Debo pensar en ello. Apaga la luz, bésame mucho.