El pasado es un país extranjero“. (L.P.Hartley, autor que no he leído jamás. Cita tomada del libro “Todo lo que era sólido“. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral).

Sostiene Muñoz Molina en este ensayo lúcido que picoteo a ratos, cuando mi cabeza no está para largas tramas ni atención sostenida a una novela, que “nada está a salvo. Nada puede descuidarse ni durante un minuto” y tiene razón. Los súbditos de la literatura de autoayuda deberían entregarse a este libro tan nutritivo y dejarse de tarambanadas envueltas en frases huecas y rimbombantes. La verdadera ayuda es la que te procura sentencias que recoges, retumban en tu mente como un tiro certero al lado extremo de la red, y devuelves como puedes, como buenamente sabes, una vez que has contorsionado tus extremidades para llegar. El esfuerzo es hermano de la estrategia. La buena literatura es un filete magro pero tierno y delicioso que te procura tono muscular y jamás se te atraganta aunque exija masticarse despacio, y acompañado por un sorbo de vino.

Debo confesar que en los últimos tiempos me entrego a la cerveza con promiscuidad de cortesana. El vino se me hace invierno, rutina y velas encendidas a la mesa. El gin-tonic hace tiempo que sólo puedo acometerlo compartido, así que aproveché el sábado para tomar uno en familia, mientras mis sobrinos zascandileaban a nuestro alrededor. Deseando encaramarme al filo de la copa balón y zambullirme entre burbujas transparentes. Todo lo que era sólido podía disolverse, estaba convencida, sin necesidad de chocar contra el hielo en retirada.

Anoto lunes y recuerdo la conversación con mi amiga C. “Me mareaba, se empeñó en darme masajes en la tripa“. No entiendo lo del masaje en la tripa. Es el único sitio que no toca mi fisio cuando me reconstruye en su camilla de falso cuero negro. Huele a azahar y a aceite de alcanfor. El Vips Vaporub de nuestra infancia, prohibido de súbito por las autoridades sanitarias. No sé qué cara tienen esas autoridades, pero la imagino fea, impaciente y desabrida.

He querido saber cómo era de verdad ese tiempo. El recuerdo no basta nunca. El recuerdo engaña porque la memoria es mucho más frágil e infiel de lo que parece y porque al proyectar hacia atrás lo que sabemos ahora nos convierte en adivinos del pasado“.

(No hay nada tan fastidioso como adivinar el pasado. Ya me parecía a mí,  te dirán quienes no saben.  Y acumularás las pruebas del delito y serán dos más dos igual a cuatro. Pero a veces son cinco). 

Último lunes de agosto. Los corredores, a sus puestos de salida. Lo periódicos vuelven a hablar de lo de siempre. Nada sólido, me temo. Hoy tiraré una pila de libros malos a la basura y me sentiré benévola y justiciera. Dejaré que el nudo se vaya desatando solo, sin oponer resistencia. Compraré, esta vez sí, “El Jilguero“, de Donna Tartt, para congraciarme con la prosa destelleante de una autora de masas con talento. Me dejaré llevar por planes de otros. Dejaré de adivinar el pasado, no sea que haya trampa en el viaje de vuelta.

Qué lunes tan lunes.

P.D. Un masaje en la tripa y alrededores, salvo que seas un bebé y tengas gases, ¿podría ser un magreo, querida C.?