Mi sagutxo para leer a Lucía Berlín
P { margin-bottom: 0.21cm; }Esperen. Déjemme explicar…
Una puede robar a libro armado un
arranque de Lucia Berlín, como es el caso, y comprobar segundos
después que lo último que buscó ayer en internet fue la receta del morcillo
para olla exprés. Como mujer de la limpieza que también soy me
siento legitimada para ése y otros muchos atracos -faltaría más-
.
Pero eso sí: juro que jamás usaré un plumero. Ese arma de
dispersión masiva tan sexy que coge el polvo de un sitio y lo
deposita en otro con toques invisibles de prestidigitador fino
mientras tú te quedas convencido de que limpiaste (autoengaño para
principiantes, diría).
Querida Lucia, yo no robo anfetas,
somníferos, antidepresivos ni ansiolíticos, pero podría reptar con
un cenicero en una mano y un pitillo prendido en la otra debajo de un
sofá en busca de una diminuta pieza de puzzle de, pongamos, diez o
doce mil porciones
.Una esquirla de chopo que amarillea acá, un
fragmento de tierra velada en gris,como ceniza. Fulgores de un
paisaje alcarreño que se nos desveló ayer deslumbrante ante nuestros ojos de
excursionista torpe por tierra aún pendiente de conquista y a punto de
rendirse a un Otoño frustrado por el sol y los calores tan fuera de
lugar.
Se llamaba Manuela y era la mujer de la
limpieza que iba por mi casa de niña. Olía a  una mezcla de sudor
agrio con amoniaco, tenía el pelo graso cogido por un moño, las
piernas amoratadas y varicosas
y cuando se subía  lenta como un mamut a la escalera mis hermanos y yo
nos espantábamos ante la idea de que pudiera caer y aplastarnos. Y ese cuerpo tremendo de pechos rotundos y bailones
como el Flanín vainilla, desparramado con todos sus líquidos
mondongos, nos interpelaría desnucado por no haberle recogido con nuestras perversas manitas burguesas.
Ojos en blanco. (Manuela pesaría, qué sé yo, más de noventa kilos
en canal, pero mis hermanos y yo calculábamos en arrobas, sin saber si eran cien o doscientas, a ojo de buen cubero).
Brontë y yo
He encontrado en mi Casa con patio,te
diré,Lucia Berlín, un lugar ex profeso para leer tus cuentos.
Antaño fue un pajar, o un despensero a refugio de tantas humedades o
de ese viento glacial que golpea estos páramos y te puede volver loca
si no estás vacunada de la rabia. No loca del coño, como suele
decirse vulgarmente
. Loca reverencial, de las que cocinan morcillo
en la olla sólo para olvidarse un rato de una pila de lecturas que compondrán dos libros que nadie en mi familia
leerá.
El lugar, no me dispersaré, es un
habitáculo abierto al recibidor por una barandilla tosca de leños,
techo de vigas de madera y paredes y suelo irregulares, encaladas. La puerta conserva el gozne de madera de casi doscientos años. Los que nos vendieron la casa lo llamaban “el sagutxo”, aunque mi madre no se acuerda y dice “el cuartucho”. Está a una
altura como para romperse la crisma si te caes un mal domingo, y cuando mi Brontë
se asoma por la barandilla meneando la cola me angustio tanto que le tiro del
rabo y le arrastro hasta mi regazo para que te lea si quiere
, o
dormite si no con una respiración tan señorial a ratos que casi
parece humano.
En el suelo he dispuesto colchonetas. Dos,
diferentes y recicladas de aquí y de allá, y una mesita baja con
una luz de globo y un cenicero por si un día, repta que te repta, me
diera por fumar
. Abrigan sus paredes unas figuras orientales, de esas
que te protegen aunque no sepas su nombre, y un estante viejo que
pretendo llenar de lecturas diversas y revistas viejas, ya
descatalogadas, de las que uno solo lee en los cuartos de baño
ajeno o en la sala de espera del dentista.
(Podría ser un rincón muy Transpotting si no fuera porque soy tan antidrogas).
Alcarria

La mesa diminuta albergará gin tonics
de Bombay o de Oxley
, pecado recurrente y necesario (no cuenta como droga, es ambrosía lenta). Y si me sorprendiera el
sueño entre la página 80 y la 90 estaría dispuesta a
estirarme y dormitar con mi perrillo cerca -respirando fatiga y
adelantos- hasta que el pitorro de la olla exprés nos avise de que
el morcillo está a punto de salir volando
, y haya que bajar las
escaleras angostas para reducir el gas a la llamita inquieta de un
mechero, lo que es una luciérnaga. Y el olor potente de la carne
estofada se apodere de todos y excite nuestros jugos, y tu libro se
quede allí,esperando la vuelta,marcadas las esquinas como me gusta
hacer,escrito por los bordes a bolígrafo o eyeliner Chanel, violación sin recato ni arrepentimiento.

 

“Se había mojado los pantalones;
había un charco de pis en el suelo. Una pompa sangrienta aparecía y
estallaba en un orificio de la nariz con cada respiración”. Lucia
Berlin. “Manual para mujeres de la limpieza”. Alfaguara.
PD. Cuando el otro día hablé con D. de Lucia Berlin, entre otras cosas, él me recomendó otro libro para desengrasar: “Adaptative markets: Financial Evolution at the Speed Thought”. Lo leeré también en el sagutxo, algún día, con incienso encendido y un té roibos humeante, si te parece bien. Hay catedrales que apenas se recorren en dos pasos. Y siempre te dan ganas de hincarte de rodillas y rezar lo que surja.