Renoir. Fundación Mapfre. Barcelona

¿Cómo atrapar en unas pinceladas la temperatura del aire? Santiago Rusiñol lo sabía. Eso pensé mientras volaba entre las estancias de la Fundación Mapfre donde la expo “Renoir y las mujeres” – una muestra de cuadros del impresionista escoltados por contemporáneos catalanes-  se adelanta y compite con modestia con la que la desafía desde mañana en el Thyssen de Madrid: “Renoir en la intimidad“.

“Píntame un viento frío”, diría el Principito de ser humano, y voilá. El artista catalán lo hubiera ejecutado en esos tonos ciruela de labio amoratado, unos grises disueltos en nieve sucia y esas ramas de árboles huérfanas de abrigo que uno imagina que quebrará el rocío de una mañana de enero.

Barcelona es poderosa pero no cabe un alfiler. Este fin de semana, bajo los auspicios del Premio Planeta, he deambulado a ratos sola entre miles de guiris por las Ramblas, el Gótico, la Barceloneta o la trasera de la Boquería y he entendido que hay que poner coto a las visitas. Ada Colau tiene razón. Otra cosa es el cómo, imagino. Una ciudad invadida por las hordas, tan bella y tan bañada de luz,  empuja y zarandea el balanceo abstraído que me habita. Las fachadas esculpidas, los recodos modernistas, se te vienen a menos si un grupo con gorra y camiseta de churrero te empuja hasta impedirte cualquier perspectiva de gloria. Pero envidio ese delta kilométrico plagado de hormigas nerviosas que se derrama en una plaza que mira al mar, y mataría por leer los periódicos del domingo en Madrid al borde de una playa con la luz terciopelo de ayer y sin apuros.

El premio literario. La sorpresa del finalista, Marcos Chicot. Un gigante de fina envergadura y  rasgos faciales  delicados, miembro de Mensa, que lo dejó todo tres años para escribir una novela con la que asegurar el futuro de su hija con síndrome de Down. Y su relato de cómo el escritor -hablo con el fulgor de la memoria- necesita vivir y hasta morir a la contra para sobrevivir a su mediocridad (o esto me lo invento). Y Marcos es un insensato que se la jugó a una carta y le ha salido bien.  Y apetece leer “Asesinato de Sócrates“, su obra finalista.

Marcot Chicot,Dolores Redondo&the kings

Y la noche del sábado, tras huir a la cama como alma perseguida por Satán (ya llevaba el pijama puesto en previsión), puse la tele de hotel y ahí estaban unas chicas afganas, las basha posh, que se visten de niño y viven como tales para ser más libres y se las considera “una vergüenza para el país”.  Pese a que el sueño me acechaba, no podía dejar de escucharlas. Su sentido común y su grandeza al exponer sus motivos.  Su discurso adulto y necesario. “Vivo con la esperanza de que Dios cambie el rumbo de mi vida. Si no, no sé lo que pasará”, dice una de ella desde sus 14 años. Y añade: “Quiero hacer política y convertirme en un símbolo; estudiar en la universidad, ser profesora y transmitir mis convicciones y mi fuerza a mis alumnos para que puedan trasformar este país”.

Maravillada, apunté sus palabras y ayer llamé a mi hija la Artista antes llamada Minichuki, de la misma edad y también futbolista. “Ah, pues muy bien”, fue todo su comentario. Pensé en cómo las circunstancia, vivir y morir a la contra (de nuevo), lo son todo o casi todo. Y que aquí los adolescentes de 14 aspiran a ser famosos youtubers y petarlo por las redes sociales.

En pijama al Planeta

 Y capturo retazos como aire Rusiñol de este fin de semana ensimismado. Las frases lapidarias de mi amigo R., sentados a la mesa del Planeta, nunca convencionales: “Con las nuevas tecnologías me he dado cuenta de que conozco mejos las autopistas de Milwakee e Indiana que las de Barcelona“. El reencuentro con D. , au autoestima a buen recaudo y su sabiduría de novios más jóvenes que una. El gozo de charlar con colegas sobre los vaivenes profesionales,  mi pensamiento al vuelo delante de un escaparate: “Qué poco sensible soy a la cerámica”. La nostalgia de J. y su nutritiva compañía delante de los cuadros, su guerra militante contra las convenciones, tan desprovista de rabia. La rabia incontenible de los que opinan a la contra en las redes sociales sólo para echar bilis verde o triste resentimiento violeta.

Y ayer, en el AVE de vuelta, sepultaba en pensamientos mi cansancio mientras otra de esas familias con niños desalmados se pasaba el viaje haciéndose notar. Y sentí gratitud por estos dos días de máxima atención a lo que me rodeaba. Y me dio mucho gusto retomar mi casa y a mis hijas con tanto que contar, y sin apenas soltar una palabra.