A menudo leo los periódicos del sábado el domingo por la mañana. Es el único día en que tolero la lectura retardada de acontecimientos que ya no me interesan porque la actualidad digital y sus vómitos me encharcan en otros fangos y sé que regodearse con el ayer es revolcarse con la muerte.

Sin embargo, me produce un enorme placer encontrarme con una de esas raras buenas entrevistas. Una de esas de personaje que sabes quién es pero no cómo piensa. Hace un rato, mientras mis sobrinos revoloteaban por mi casa okupa gracias al Festival de Eurovisión (de nuevo perdedores, puesto 22, confortable frustración basada en la costumbre), me bebí  a Jean- Jacques Sempé en Babelia. “Soy un hombre aturdido”, sostiene después de definirse como “más tonto de lo que creía, torpe, perezoso y desordenado”. El padre de los dibujos de El pequeño Nicolás -personaje que nunca frecuenté- es un altavoz del sentimiento desolador de pertenencia a un mundo despiadado, sin victimismo, con un aliento sostenido de ironía y humor que sólo producen los inteligentes. Esos seres incapaces de practicar el deporte de la grandilocuencia para ocultar con ruido sus carencias y debilidades:

“A mí me gustaban esos estadounidenses de origen judío centroeuropeo, como Chas Adams o Saul Steinberg,  que practicaban el arte de la litote, esa figura retórica que consiste en decir poco y expresar mucho”.

Confieso que no recordaba lo que era la litote (lítote) o atenuación. Así que sólo por eso me hubiera seducido este señor que rechaza la palabra “obra” por pretenciosa. “Cuando veo un tipo que habla de su obra como si fuera La Gioconda  me entra la risa”.

Chas Adams

Decir poco, expresar mucho. Ayer, en una comunión familiar, asistí al deporte contrario. El cura, un gigantón muy enrollado de pelo largo y verbo enfático de más, se marcó una homilía vulgaris dirigida a los niños como si fueran bobos (y, por lo que respecta a mi sobrina D., es más lista que el hambre). La iglesia estaba a reventar y mis hermanos y yo asumimos la diáspora diligentemente. Pillé banco junto a desconocido. Un anciano muy pulcro y algo absorto que me miraba con ligerísimo estupor cada vez que se me caía algo al suelo (bolso, gafas, pañuelo o chaqueta). Cuando llegó el momento del Padrenuestro, el cura ordenó que nos diéramos la mano, cosa que a mi vecino noté que no le hacía demasiada gracia y a mí menos aún.

Nos agarramos con prevención, sin apretar, pero sin dejar la mano de pescado. Nos miramos de reojo y noté que le sudaba un poco la palma. Ahuequé la mía. Se me cayó el bolso. Me agaché sin soltarle, lo que le obligó a encogerse. A sus pies había dos muletas, así que lo mismo esa genuflexión intempestiva  le estaba causando una contractura. Le miré implorándole perdón (que en una iglesia puntúa doble). Me miró con gesto comprensivo. Cerca un grupo de niños muy pequeños había volcado un saco de juguetes e improvisado un kindergarden junto al coro. Me pareció muy adecuado. El anciano me soltó la mano porque ya había concluido la oración. El enrollado volvió a su performance. Hablaba y hablaba y yo sintetizaba diez frases en una, sintiendo cómo el pecado corría por mis venas, furioso y desbocado.

Saul Steinberg

Morirás por ausencia de lítote“, pensé sin saber cómo se llamaba esa vitamina tan necesaria de los que han hecho del discurso su modo de vida. De la palabrería un instrumento. De la liturgia del verbo un sinsentido. Vendedores de motos que cobran al peso sus discursos y contaminan las mentes con exceso de colesterol del malo. Luego, ya descansada y asumido el fracaso a nivel nación de anoche, me he reconciliado con la especie humana gracias a Sempé.

-¿Cree en la inspiración?
-Solo cuando llega. Cuando no llega, dejo de creer en ella.

No se me ocurre una mejor demostración de Fe que esta respuesta. De haber sido mi vecino de banco aún estaría agarrándole la mano, fuertemente, a riesgo de perder el monedero.